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La UEFA toma partido por la homofobia

"Me he dado cuenta de que ya he sido declarado culpable. No quiero dar más preocupaciones a mi familia y a mis amigos. Espero que el Jesús que amo me dé la bienvenida; al final en él encontraré la paz que nunca tuve". El exfutbolista inglés Justin Fashanu dejó escrita esa nota en el garaje de Londres donde decidió matarse en 1998 con apenas 37 años. En 1990, ya retirado, había confesado su homosexualidad. "Ser negro ya era difícil y si a ello le sumas ser gay era aún más", explica su hermano John. Una denuncia por abuso fue demasiado para alguien que había pasado una carrera aguantando insultos homófobos que lastraron su rendimiento, pero sobre todo, su felicidad. Era imposible que Fashanu encontrara la paz con entrenadores como Brian Clough que confesó, arrepentido, haberle espetado: "Si quieres pan vas al panadero ¿No? ¿Pues por qué sigues yendo a esos clubes de maricones?". La despedida de Fashanu son 43 palabras que resumen la desvergüenza de la UEFA al prohibir al Ayuntamiento de Múnich iluminar con la bandera LGTBI el estadio del Bayern para el Alemania-Hungría del próximo lunes.

Fashanu nunca encontró la paz por culpa de líderes como el ultraderechista Viktor Orban que ha prohibido hablar de homosexualidad en los colegios de Hungría y en los programas infantiles de televisión. Y la UEFA, ante la simbólica oposición que proponía el alcalde de Múnich, dice que se declara "neutral".

El Allianz iluminado con los colores LGTBI.
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El Allianz iluminado con los colores LGTBI.Andreas GebertPool via REUTERS

Recuerda a otras neutralidades muy parciales de la historia del fútbol. Como la del Athletic Club al no hacer minutos de silencio con los asesinatos de ETA o la del presidente del Rayo Vallecano abriéndole el palco a los amigos de Orban, VOX. "Neutralidad política y religiosa", se autodefine la UEFA en su vomitivo comunicado. Esa organización que nos iba a salvar de la tiranía de los ricos de la Superliga, que asegura que los aficionados son los dueños del fútbol es la que hace caso al ministro de Exteriores húngaro que había calificado de "dañina y peligrosa" la decisión de poner la bandera arcoíris en el estadio por "mezclar política y deporte".