España y Luis Enrique, al diván
Mentalidad. Joaquín Valdés, actual psicólogo de la Selección, solía sentarse en un discreto segundo plano en la sala de prensa Ricard Maxenchs. Allí, de manera casi anónima, escrutaba el comportamiento de Luis Enrique con los medios cuando era entrenador del Barça. Será interesante saber qué conclusiones ha extraído Valdés de lo que pasó en La Cartuja contra Polonia porque a la Selección le va a hacer falta un buen achuchón mental de aquí al miércoles.
Malas señales. Comparada a la del primer partido, España no mejoró sus prestaciones. Es más, desaparecieron los tramos prometedores de juego que tuvo contra Suecia. Empezó con dudas y terminó con más. Por el camino, Morata hizo el 1-0 y se fundió en un abrazo con Luis Enrique de esos que conmueven y que alimentan la fe en que cambien las dinámicas. Pero eso no va a acabar con las históricas dudas que siempre han envuelto al delantero, honrado y con cualidades, pero también con cierta falta de instinto, tan básica en un delantero centro. El empate contra Polonia, no obstante, no fue responsabilidad de Morata. Lo peor fue que España no supo gestionar el 1-0. En un ataque insípido, defendido con los brazos caídos, Lewandowski enseñó a Laporte qué es un gran torneo. Experto, se quitó de encima al exjugador del Athletic y remató con precisión. Un gol de viejo zorro que pudo tener remedio un instante después. Pero Gerard, que ha metido un carro en el Villarreal, mandó un penalti al palo. Y España ya no pasó de ese 1-1, que le deja en una posición incómoda, que no límite, antes del partido contra Eslovaquia.
La camiseta. Lo peor del partido no fue el resultado, sino la sensación de que a algunos futbolistas empezaba a pesarles lo que significa tener a un país detrás y, peor aún, jugar en casa. Eso nunca ha sido un asunto sencillo (sólo hay que mirar aquel desastre del Mundial de 1982), porque un resultado infeliz multiplica los debates, y de eso sólo salió adelante el maestro Luis Aragonés después de ser zarandeado durante dos años exactos por el batacazo del Mundial de 2006 y su decisión de prescindir de Raúl, hasta el éxtasis de 2008. A Rodri, Morata y Alba se les vio algo abatidos al final. Y a Luis Enrique, que dirigió el partido con un polo verde y luego compareció ante los medios con un jersey rojo, se le vio a leguas que estaba preocupado. Porque la Selección no ha ido a más. Es el momento del diván. Fútbol hay. Pero los grandes equipos, antes de serlo, tienen que creérselo.