El Bernabéu aplaude la buena nueva
El madridista es un aficionado sabio, fiel, prudente, leal a la causa, sensato en su visceralidad emocional, cauto cuando corresponde, increíblemente ruidoso y pasional cuando el guion lo precisa, honesto con sus sentimientos, fuerte en el dolor, prudente en la gloria... Solo los vikingos entienden de qué estoy hablando. No es fácil ser del Madrid, por mucho que su inigualable Sala de Trofeos exprese lo contrario. Cuando se ganó la Liga 34 hace un año con un mérito increíble y 10 victorias seguidas tras el duro confinamiento, al madridismo se le pidió que midiese su lógica euforia y no fuese a Cibeles por la pandemia. Ni una fisura. Todos obedecieron marcialmente. Es nuestra grandeza. Comedimiento en la conquista y autocrítica disciplinada en la derrota. Eso explica nuestro inigualable palmarés. Somos únicos e inimitables.
Por eso, es una noticia de magnitud 9.8 en la escala Richter que en septiembre vaya a regresar la merengada al santuario de La Castellana. ¡Cómo te echamos de menos, Bernabéu! Esas tertulias previas a las grandes noches de Champions y de Liga, con esos peñistas llegados desde todos los rincones del planeta. Madridistas sin fronteras, tipos que rechazan una confortable hipoteca por ver cumplido su sueño de ver a su Madrid en ese estadio que en 2022 va a quedar como si fuese la 8ª Maravilla del Mundo. Que en septiembre puedan regresar los hinchas a su feudo es como si un ejército desterrado retorna a casa. Imagino las lágrimas en esos abrazos aplazados y esperados. Abuelos, padres, hijos, nietos, amigos del barrio, parejas de novios, veteranos, noveles, socios, abonados, simpatizantes, curiosos, turistas... Volver al Bernabéu es como si nuestro Nadal ganase el próximo Wimbledon ante el mismísimo Djokovic. La vida es una colección de momentos y sensaciones. Retornar al Bernabéu es regresar a casa