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"Pero tenemos nuestras canciones", dijo Calamaro. No sé qué melodía entonaremos pasado mañana, hoy resuena un réquiem en mi cabeza, homenaje a lo perdido. Verán, todo es culpa de Guardiola. La revolución que llevó a cabo en el Barça, dando método al vuelo de Johan, tan ganadora, tan estética, provocó una respuesta igual de potente. Y ya sabemos que la contestación a Dios es el diablo. Del maravilloso juego de toque del Barça y la Selección se ha pasado a un tacticismo exagerado, una presión constante, una disposición a la lucha y el sobreesfuerzo bastante vulgares.

Cada entrenador, fiado al pulsómetro, el GPS, la estadística, desea ser superior al preparador contrario, tanto o más que la victoria en sí. Hasta el mismo Pep ha caído en eso. Triunfan Francia, Atleti, Chelsea. El bloque, ese palabro. El míster, subido a su ego, es el auténtico protagonista, más que el jugador, convertido en un soldadito disciplinado. Cualquier escuadra sabe ya jugar en bloque alto, medio o bajo. Y cualquier memo como yo sabe lo que significa. Los equipos son flexibles, saben adaptarse, llevar la iniciativa o dejarse dominar si conviene, cambian de sistema en segundos, obedientes. Los partidos son batallas con marcajes individuales a todo campo, la mejora en la preparación lo permite. Van como aviones. Ya no caben los gordos, los vagos. El mayor talento español de la década, malagueño, no tiene cabida en un equipo en franca decadencia.

Ha vuelto la defensa de cinco y los carrileros, recuerdo que Cruyff dijo que había que colgar al que los inventó. Y el VAR, para rematar, termina de estropear el ritmo de los partidos, toma decisiones aleatorias y no deja celebrar los goles hasta que no se revise si hubo falta tres minutos antes o un pelo en fuera de juego. El fútbol lo aguanta todo, pero hoy día está tan tensionado que lo veo cercano a explotar. Quizá lo que es mas fea es mi mirada, mi edad, mi cara. Pero me quiero divertir más. Me encanta que el genio malagueño se haya tatuado un cruasán.