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El Barça, como los Balcanes, genera más historia de la que es capaz de digerir. Pediré a los responsables que me den más columnas, los compañeros de información no dan abasto. Alguien debe poner orden en todo esto, y no hablo de Laporta. El hincha blaugrana necesita saber qué pensar de la temporada, saber si es buena o mala, seguramente sea ambas cosas. Antes de un año que parecía de transición, el culé hubiera firmado ganar la Copa superando mil adversidades, incorporar jóvenes muy valiosos al equipo titular, consolidar la posibilidad de retener a Messi.

Hoy día el Barça mastica el sabor amargo de haberse puesto a correr y haber tropezado con obstáculos aparentemente superados durante el curso. Cada derrota remite a las impotencias europeas, en un bucle infinito, insano y destructivo. Termina la temporada bajando los brazos, fiando su felicidad a los goles de Suárez, cuya salida fue la jugada maestra oculta para que el Madrid no ganase la Liga. Ay.

Las ligas ganadas desde enero con Valverde, tan dadas por descontadas que ni se celebraban, se pierden dos veces por año, en otoño y en primavera, tras reengancharse. El equipo ha hecho lo difícil y ha desdeñado lo fácil, ha sido mejor segundón que protagonista, no soporta la adversidad, busca la antítesis del juego, atajos, la magia de Messi por encima del método y el mérito. Ha negado en Liga el orgullo que levantó la Copa: prefiere no luchar a ganar jugando tan mal. Ay.

La melancolía nos empapa: celebraremos la Champions de Guardiola como celebraban otros equipos unos pichichis hechos de penaltis, balones de oro injustos o balances contables. Fiaremos nuestra felicidad a un anhelo, el futuro regreso de líderes ideológicos pretéritos: Xavi o Pep. Y no sabremos qué hacer con otro ídolo, Koeman, que lo ha hecho medio bien. O medio mal. Con Gaspart nos consolamos con el baloncesto o el balonmano. Hoy nos rescata el fútbol femenino. Alexia, Aitana, Lieke y Vicky son nuestro refugio. Representan el bello ADN del Barça. Ay.