El ataque de entrenador de Guardiola
De salida, sorprendió la alineación de Guardiola en Oporto, sin nadie para sujetar en la media, sin delantero centro. Una nube de creadores en la zona de tres cuartos en busca del control del juego. Me acordé del partido más excelso que le vi al Barça de Guardiola, la Intercontinental ante el Santos, con Cesc de falso nueve y toda una cuadrilla de virgueros moviendo el balón. Claro, que allí al menos estaba Busquets como guardia en el cruce de caminos. Y lo que había enfrente ese día era el vaporoso Santos de un jovencísimo Neymar, no ese bloque coriáceo que es el Chelsea, tan espeso atrás, tan rápido para contraatacar.
No funcionó. Los contraataques del Chelsea pasaron como bala de cañón por la niebla y el partido no quedó resuelto antes del descanso porque Werner es excelente en el desamarque pero inseguro en el remate. Cuando Guardiola rectificó y fue metiendo sucesivamente a Gabriel Jesus, Fernandinho y Agüero ya era tarde. La final, la primera que alcanza desde que se fue del Barça, se le escapó. El plan no era bueno, no servía contra el Chelsea. O no se ejecutó bien. El caso es que ese ataque de entrenador contribuyó a que la copa cayera en manos de Tuchel, uno de sus seguidores, que manejó sus cartas como suele.
Por lo demás, esta Champions, como la Europa League del Villarreal, o la Liga española del Atleti, nos hablan del éxito de un fútbol bravo, de concentración, de bloque, de intensidad, y veloz en el tránsito. Es curioso que ninguna de las estrellas rutilantes del momento (Messi, Mbappé, Neymar, Haaland y Cristiano) haya ganado su liga. Los galácticos de ayer sucumben ante equipos esforzados e inagotables cuya estrella es el hombre del banquillo. No me hace feliz, pero es lo que hay. Y corresponde felicitar a Tuchel, despedido este mismo año del PSG de Neymar y Mbappé, dos genios en potencia que le están fallando al fútbol.