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El santuario de Bordalás

El 5 de junio de 2005 conquistaba Rafa Nadal su primer título de Roland Garros. El mismo día y a la misma hora se jugaba en el Artés Carrasco un Lorca-Alicante, correspondiente a la primera ronda del playoff ascenso a Segunda División. Mientras toda España estaba pendiente del joven mallorquín delante de la tele, en el césped del Carrasco se saludaban José Bordalás (pronto aprendí que Pepe era sólo para los amigos) y Unai Emery, dos jóvenes y prometedores entrenadores que buscaban el salto al fútbol profesional.

Ese día se estrecharon la mano dos futuros entrenadores del Valencia, dos técnicos que triunfarían en Primera años después, dos preparadores que están de máxima actualidad hoy, el 27 de mayo de 2021. Uno por ser campeón de la Europa League por cuarta vez, el otro por firmar por fin con un equipo grande. En horas bajas, pero un grande. Así lo piensa Bordalás. Así lo pensaba cuando la rivalidad de su Getafe con el Valencia de Marcelino fue más enconada. Y su objetivo y su obsesión desde ya, si le dejan, es volverlo a colocar entre los grandes.

Mucho se ha hablado de la carrera de Bordalás desde que empezó en los banquillos tras colgar las botas por una lesión, hace 28 años. Pero pocos vieron sus inicios como entrenador, en el filial del Alicante, en Regional. Después pasó al primer equipo, Benidorm, Eldense y Muchavista de Campello, en Segunda Regional, y otra vez Alicante en Preferente y Tercera. En 2001, tras ascender al Alicante a Segunda B, comenzó su etapa profesional: Cacereño, Novelda, Hércules, Alcoyano, Elche, Alcorcón, Alavés, Getafe y ahora Valencia. Escalón a escalón, a sus 59 años, ha ido subiendo hasta la máxima élite.

Los equipos de Bordalás siempre han estado cortados por el mismo patrón: trabajados bien tácticamente, aguerridos, competitivos, intensos y sobre todo con futbolistas comprometidos con la causa. Vestuario. Esa es la palabra clave del ‘modelo Bordalás’. Aquel día del Artés Carrasco, el Alicante salió rápido del vestuario, contrariado por la derrota. Y allí dejó al aire parte de su secreto. Un vestuario repleto de post-it y esparadrapos pegados en las paredes con frases motivadoras. En los espejos, en las puertas, en las duchas, en cada rincón del vestuario, un mensaje de ánimo para los futbolistas.

En el vestuario es donde Bordalás fragua esa fidelidad y apego que tienen sus jugadores con él y sobre todo con su idea. Un convencimiento que hace que en el terreno de juego mueran por su idea y se identifiquen con sus principios. Allí es donde corrige, donde adoctrina. Donde pega broncas, donde se celebra con algún que otro baile si toca, donde consigue que prácticamente todos comulguen y vayan a muerte con sus ideas. Por eso, muchos de los jugadores que ha tenido en sus filas han desarrollado su mejor nivel con el alicantino e incluso se han marchado con él a los equipos que ha entrenado. No es difícil encontrar futbolistas que han trabajado con Bordalás en varios equipos. Potencia el rendimiento de los jugadores. Y eso es lo que después multiplica las prestaciones del conjunto. Esa es la idea. Durante el año no faltan las cenas y jornadas de convivencias, ajenas al fútbol, que hacen grupo. Su equipo de trabajo también es muy importante el día a día. Tiene mucho trabajo por delante. Y debe contar con el apoyo del club para reforzar al equipo. Y después, el tiempo dirá si el método Bordalás funciona, como lo ha hecho en casi todos los equipos que ha dirigido, en el Valencia.