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La quiebra emocional de Luis Suárez

Dos mil aficionados atléticos levantan un clamor triunfal en el exterior de un estadio vacío. Sobre el césped, un Simeone reconcentrado y lloroso se acerca a Kiko Olivas, caído, con el ánimo destruido por el descenso que no ha podido evitar su equipo. Hermoso gesto del ganador hacia el vencido. Luego se incorpora con sus muchachos a la foto-celebración de todo un grupo que ha ganado un campeonato muy difícil, apretado por el Madrid hasta el último instante. Campeón merecido en un año muy duro para todos, con calendario apretado, sin duchas en el vestuario, viajando en burbuja, temiendo el fantasma del virus traicionero.

Luego los vencedores van desfilando por el micrófono de la tele. Luis Suárez está emocionado, se le viene encima la forma en que empezó su temporada, repudiado por el Barça, que sentía su casa, recogido por el Atlético. Se reivindicó y agradeció a su nuevo club, que a su vez tiene mucho que agradecerle a él. Todo el año he tenido la impresión de que era futbolista para jugar en el Atlético; nunca ha sido un cuerpo extraño en el equipo. También habló el Cholo, relajado, feliz y sabio. Se sabe protagonista de una década prodigiosa en la historia del Atlético, pero no se alaba a sí mismo. Alaba al club, a su gente, a sus gestores, a sus jugadores...

Por su parte, el Madrid hizo valer esa ley de bronce que exige que para ganar LaLiga hay que salvar la raya que cada año marca el Madrid. El Villarreal se lo puso caro, pero salió derrotado y eso le manda a la Conference, ese nuevo tercer escalón europeo... salvo que este miércoles gane su final de Gdansk, en cuyo caso iría a la Champions. Ojalá. La Real y el Betis (¡qué remontada la de este!) van a la Europa League y el Elche salva la categoría a costa del Huesca de Pacheta, que tras su gran reacción se ahogó en la orilla. Este ha sido un campeonato raro, sin público, pero formidable. Pero la emoción del fútbol ha estado presente hasta el último minuto.