De cuando Ander Izagirre colgó el maillot
En el Flamengo de los años ochenta jugó un espigado extremo zurdo que tenía tal capacidad para doblar a los defensas con sus regates que le apodaron Uri Geller. Al parecer, también destacaba por otra habilidad: era un mago de la palabra. Mientras disputaba los partidos, el bueno de Uri Geller, radiaba sus jugadas y gambetas, glosando su propia actuación sobre el verde de Maracaná, ante los oídos atónitos de desconcertados rivales. No sabemos hasta qué punto era exagerado al autoadjetivarse, pero dicen que sus crónicas en vivo y en directo le causaron no pocas patadas (lo cual, en cualquier caso, es un riesgo que debe asumir todo periodista).
Este jugador encarnaba al mismo tiempo tanto al héroe como a su testigo, pero es un caso aislado. En general estas dos facetas del deporte las ocupan personas diferentes. O, si es la misma, al menos en momentos distintos. Escribió el periodista Ander Izagirre que en su última temporada en activo fueron varias las señales que le decían que había llegado la hora de dejar de competir, incluidas algunas burlas de rivales y espectadores. Quizá no ganó carreras, pero sus tiempos de corredor le curtieron la mirada. Además de silbar la melodía de Verano Azul cuando el pelotón rodaba relajado (lo que probablemente motivaba a sus rivales para tirar con furia y dejarle atrás), Ander Izagirre entrenó en ruta una manera de ver, una sensibilidad, un amor por el ciclismo y una compresión hacia el corredor, que hacen de sus crónicas y reportajes sobre la bicicleta auténticos tesoros.
Ahora acaba de publicar Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey, un volumen de casi quinientas páginas sobre la carrera italiana que se lee con la fascinación con la que nuestros antiguos escuchaban las gestas de los héroes cuando la tribu se reunía junto al fuego. Un libro lleno de conocimiento y pasión por el ciclismo y sus historias, que engrandece el deporte de la bicicleta. Y es que cuando Ander Izagirre colgó el maillot, ganó el ciclismo.