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Obras (casi) completas de Lionel Messi

Desde la rabia que le produjo una indecisión arbitral, Messi pareció tomar una decisión que lo consolidó, a los ojos de nuestro Nobel del fútbol, don Luis Suárez, como el autor de un libro que debe contener las mejores jugadas de su vida y, sobre todo, la que le costó el tercer gol al Athletic de Bilbao. Don Luis explicó su teoría después de cantar, en Carrusel, su ya invariable himno de amor al argentino: que se quede, que no se vaya, porque sin él todo se puede escarallar. Fue un partido que el Barça controló como si estaba madurando la alegría de ganar.

La precisión puede esperar.

Fue un partido inquietante, fabricado con pasión, pero también a fuego lento, como la tortilla de Betanzos. Como la tradición sitúa al Barça en el lado dubitativo de la historia, aquellos largos minutos de la primera parte hicieron presagiar que después de la calidad vendría el abismo. Fue luego el esfuerzo estético junto al juego lo que en algún momento explicó Messi en una de esas intervenciones practicas con las que alecciona contra la precipitación. Se llevó un dedo a la sien y reclamó cabeza, atención y armonía, y a partir de ahí, como si hubiera accionado un talismán, el equipo se reunió en torno a la idea de juntar la pasión con la calidad. De ahí vinieron los goles. Ya no fue únicamente Messi el empeñado en borrar aquel enfado con el árbitro y resetear el juego a favor de la práctica de marcar; Pedri y De Jong hicieron un partido extraordinario; el Talismán de Tegueste estuvo a punto de marcar un gol, De Jong lo consiguió al fin, Griezmann explicó sin palabras que es capaz de generar peligro y de rematarlo, y el capitán (“¡Oh Capitán!”! cantaba Flaqui en Carrusel) hizo esos goles cuya preparación y ejecución fueron los que hicieron que don Luis Suárez dijera que este futbolista ya debe recoger en un libro sus obras completas.

La obra del hombre indignado

Koeman vivió el partido como si estuviera examinándose de una reválida; y hubo otro hombre en el palco, Laporta, que debía vivir parecidas sensaciones. El presidente se desquitó de los que ya le añadían la palabra gafe a su apellido, y al final del partido aprovechó la ocasión para reiterar que este puede ser un eslabón que una a Messi con el Barça que él preside. En el caso de Koeman, fue una reivindicación de la paciencia, y una explicación asimismo de su rabia ante el hecho cierto de que ha pasado una época que parecía destinada a la nada. El triunfo es del equipo, naturalmente, pero él ha sido capaz de decidir y de rectificar, aplicando la duda sin la cual el fútbol es un monumento estéril a la contumacia. Lo que ahora es el Barça es en gran medida obra suya, y anoche Laporta no le ahorró ese reconocimiento que es también un estímulo con el que ahora el Barça prosigue otra aventura que parecía imposible: la gesta de afrontar la disputa de LaLiga. Fue un fútbol perfecto el que elaboró su equipo. A veces los libros tienen finales felices; pero en ocasiones la felicidad que da un partido puede ser por una antología incompleta que sabe a mucho más que una Copa. Mi admiración por el Athletic. Su elegancia estimula a pensar que esta buena educación, que no se percibe en otros ámbitos de la vida, siempre resulta posible.