Miedo escénico en Valdebebas
Se mire por donde se mire, Real Madrid y Fútbol Club Barcelona salieron ayer noche a jugarse media Liga en un campo de entrenamiento. No es una excusa de mal pagador (qué vamos a excusar, visto lo visto) pero lo cierto es que todo queda un tanto deslucido sin el contexto monumental que imprimen al Clásico los grandes estadios. Entre la pandemia, las obras faraónicas en el Bernabéu y una cierta complicidad de LaLiga -que se plegó sin pensárselo demasiado a la petición del Madrid- los jugadores del Barça saltaron ayer al campo sin el acicate emocional que implica la oportunidad de profanar el templo rival: lo sé, algo habrá que objetar.
Por lo demás, a mí, que ganase el Barça o perdiese el Madrid, me daba un poco lo mismo: estaba dispuesto a celebrar ambas cosas. Incluso un empate parecía servir de antemano como excusa perfecta para descorchar un benjamín de champán y subirme al sofá como si fuera el rey del mundo. En la vida conviene ser ambicioso pero no demasiado y un punto en el Alfredo Di Stéfano me parecía molto longo, especialmente goloso si tenemos en cuenta que este campeonato parece destinado a decidirse al final. "Pequeñas conquistas", suele repetir mi psicólogo. Y el Barça saltó con la camiseta más bonita de los últimos años: hasta ahí la euforia.
"¿Estás preparado?", Me había preguntado mi madre la tarde anterior. Intentaba yo cruzar el pasillo en silencio, pasando desapercibido, pero las madres merengues vienen equipadas con un radar biológico capaz de detectar cualquier movimiento azulgrana a sus espaldas. "¿Qué pasa mañana?", le contesté haciéndome el loco. "Ah, no lo sé. Pero tu padre lleva dos días sin comer, algo pasará". Es lo que Valdano definió en su día como miedo escénico. Y eso, cuando uno visita al Madrid, se puede sentir en el Santiago Bernabéu, en el jardincito alternativo de Valdebebas o en el salón-comedor de mi casa. Visto el resultado, ojalá se hubiese jugado en un sótano oscuro… O en la arena blanca de la playa favorita de Benzema, con chuzos de punta.