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Tres maestros y un valiente

El fantasma de Anfield, tan marcado en el fútbol, no tendrá peso alguno para el Real Madrid, que sólo, y no es poca tarea, tendrá que ocuparse del Liverpool para pasar a las semifinales de la Copa de Europa. La Kop estará vacía y no se escuchará el orfeón que recuerda a su equipo que nunca caminará solo. Esta vez lo hará sin otro respaldo que el de su orgullo y su calidad. De los dos aspectos ofreció poco en un partido que vio al Madrid más sólido, afinado y preciso de la temporada. No dejó nada en el hueso para el Liverpool.

Zidane suele hablar esta temporada en términos de esfuerzo y gratificación. Repitió su tesis después del encuentro. "Hemos sufrido mucho este año y ahora estamos bien. Tenemos que disfrutar", declaró. Es un mantra que no le abandona. Zidane ha pasado por todas las etapas de este tour, definido por las extremas condiciones que ha impuesto la pandemia, tanto en la salud de los jugadores como en el calendario.

La entereza del técnico ha sido significativa. Cuestionado en varias fases de la temporada y sometido a unas presiones que en el Real Madrid alcanzan temperaturas hirvientes, Zidane ha llegado a abril con la Liga abierta al éxito del equipo y en el estado adecuado para lograr el asalto a la Copa de Europa. Nadie lo hubiera dicho en aquellas noches frente al Shakhtar Donetsk y el Borussia Moenchengladbach, con el agua al cuello y el equipo gripado.

La victoria contra el Liverpool fue contundente y perfectamente trabajada. Le sobró el gol de Salah, en la única jugada del Liverpool que terminó con un remate entre los palos. Jugada de medio pelo, por otra parte, con mucho lío y rebote. Ni asomo del imperial Liverpool que asustaba no hace tanto. Fue insípido, lo peor que se puede esperar de un equipo de Jurgen Klopp, el entrenador que predica el rock and roll en el fútbol.

El Liverpool confirmó la razón de sus penurias en la Premier League. El Madrid insistió en las razones de su crecida, con un valor añadido: se impuso con tres suplentes en la línea defensiva, sin la estrella que fichó hace dos años y sin un gol de Benzema. Los suplentes habituales se portaron como titulares de toda la vida y Benzema no marcó, pero dio un curso de inteligencia frente a los despistados centrales.

De los goles se ocuparon dos jugadores bajo sospecha. Asensio marcó uno, a su manera, con elegancia. Vinicius anotó los otros dos. Si no fue el hombre del partido, sí fue la noticia del encuentro. El delantero brasileño está sometido a una presión abrumadora para un chico de solo 20 años.

Vinicius juega contra los prejuicios que se han levantado en torno suyo: le falta gol, le falta claridad, es confuso, no tiene la confianza de las estrellas, a Zidane no le gusta, juega porque Hazard no está, juega casi por descarte. De todo el relicario de reproches, probablemente serán falsos la mayoría, pero en el ambiente resalta la duda sobre un jugador al que, por desgracia, se le aprecian poco sus considerables cualidades y mucho sus deficiencias.

Es un milagro que Vinicius sobreviva en esta situación. Lo hace principalmente por una virtud imprescindible en el Real Madrid: quiere ser jugador, desea triunfar, no se rinde. Es valiente. Los desafíos no le intimidan. Es, como Lucas Vázquez o Nacho, tantas veces bajo sospecha ambos, jugadores que se han construido contra la adversidad y en el caso de Vinicius, contra las primeras expectativas. Gran parte del éxito frente al Liverpool se debió a Vinicius, Nacho y Lucas Vázquez, impecables toda la noche.

Del empaque se ocuparon tres centrocampistas maravillosos. Casemiro, Modric y Kroos gobernaron el partido con una autoridad fascinante. Pasan los años y no decaen. Al contrario, han entrado en ese punto dónde funcionan en una frecuencia de onda que sólo ellos detectan y les eleva a una altura imposible para sus rivales.