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Se esperaban muchas cosas de Ronald Koeman pero no que armase un buen equipo: ahí nos ha cogido a casi todos con el pie cambiado. A menudo, ocurre que el fútbol no es lo más importante para un buen aficionado. Hacemos ver que sí, que nos va la vida en ello y que todos nacimos con una pizarra bajo el brazo pero, en realidad, lo que realmente nos atrae tiene poco o nada que ver con lo que sucede durante noventa minutos sobre un terreno de juego. En el caso concreto de la armada blaugrana, lo único que necesitábamos para sentirnos interpelados en nuestra condición de hinchas era la insinuación de una vaga esperanza y eso, en el caso concreto del holandés, se resumía en la certeza de que ningún miembro de la plantilla se atrevería a desacreditarlo con un simple "¿Y tú a quién le has empatado?".

Conocemos el negocio, que nadie se equivoque. Hoy todo es felicidad y buenas palabras porque el partido contra el Granada nos ha dejado ese poso de los mejores caldos, ese puntito de alcohol en sangre que lo mismo sirve para proclamar a tu equipo como el próximo campeón de Europa que para incurrir en un delito de apología de la amistad. Cualquier aspecto positivo que usted pueda señalar en el equipo de Koeman hoy, yo se lo multiplico por dos o por tres mañana.

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Ter Stegen sigue siendo uno de los mejores centrocampistas de Europa. Araújo va camino de ganarse una estatua en el Port Olimpic como la que tenía el tal Coloso – no confundir con Coluna, el mito del Benfica- en Rodas. A Busquets dan ganas de bajarlo al filial para subirlo otra vez y hasta nos ha salido otro Pedri de la chistera canaria, como si de repente hubiésemos viajado en el tiempo hasta 2008. De Jong le está quitando el estigma a su apellido, Griezmann ya no parece francés y Messi sigue siendo Messi: el futbolista más barato del mundo. ¡Si hasta nos pitan penaltis inexistentes para equilibrar los partidos, como en los buenos tiempos! Qué más se puede pedir.

Como ven, todas son buenas noticias en un equipo que amenazaba convertirse en una banda y ahora mismo tiene a la parroquia encargando flores y altares... Al menos hasta el siguiente partido, que es lo que dura la euforia en el fútbol: tampoco nos exijamos mucho más.