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No se juega al fútbol con la mano, ya lo sabemos, pero la mano está ahí, nadie puede guardarla en un cajón, en una bolsa, ni siquiera en un bolsillo, para dejarla al margen del partido y que no moleste. Ojalá fuese a rosca, como los tapones, o como aquel maniquí con el que un amigo mío estuvo saliendo dos meses; podía quitarle y ponerle los miembros para vestirlo. La mano lleva décadas interpretando el papel de fantasma en el fútbol. Sin buscarse, mano y balón se andan encontrando cada poco. Cuando se cruzan, si la mano es tuya acabas casi siempre por meterte en líos. Nunca fue más confusa la relación entre ellos. Recuerdan a aquellas parejas del instituto que nunca sabías si estaban o no saliendo, porque cortaban y retomaban el romance todos los días.

No importa si existen más facilidades que nunca para ver en televisión cómo el balón golpea una mano dentro del área, por ejemplo. Hay un tipo de contacto impenetrable, nada seguro se puede decir sobre él. Queda en el aire si es o no es punible. Unos árbitros pitan, y señalan penalti, y otros no. Por supuesto, genera cierta impotencia ver el impacto del balón en la mano con tanta claridad, desde distintas cámaras, y aún así no saber a ciencia cierta si es o no penalti. Puede parecer ambas cosas. Acaso solo pueda afirmarse, como decía aquel señor, que la confusión está clarísima.

Penalti por mano de San Emeterio, del Valladolid.
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Penalti por mano de San Emeterio, del Valladolid.TONI RODRIGUEZDIARIO AS

A menudo las manos se vuelven un problema cuando no se les asigna un rol. Pasa en el fútbol y en otros ámbitos de la vida. Puedes volverte loco solo pensando en qué hacer con ellas mientras posas para una foto. No tienen un sitio seguro cuando el futbolista permanece en el área. ¿Acaso en la espalda, o pegadas al cuerpo? Es imposible hacerlo todo el tiempo. Lo curioso es que, cuanto mejor vemos el impacto del balón en la mano, menos sabemos sobre él. Eso genera la ficción de que éramos más felices cuando estábamos más ciegos y quedaba la duda de si el jugador tocaba realmente el balón. La salida es resignarse a creer en los fantasmas.