La Real cuadra la indiferencia
Todos tenemos un pecado capital favorito. El mío es la pereza, que por algo mando las columnas siempre a última hora. Pero creo que hay otro pecado que vapulea a los siete de rigor y pasa por encima de sus cadáveres: la indiferencia. Nada peor que una buena indiferencia limpia, sin cortar. Sentirla por alguien o algo, pero especialmente que la sientan por ti. Es más difícil salir de la indiferencia que del nórdico en invierno. La indiferencia se cuela por las arterias y va envenenando célula tras célula del cuerpo. Es un peso, una inercia que aniquila la capacidad de sentir, de reaccionar, de indignarse. Como el personaje de Stanley Hudson en The Office. Siente tal indiferencia por su trabajo que en un capítulo le cambian todas las cosas de sitio, hasta los propios compañeros de oficina se cambian de sitio, y ni se da cuenta. El tío sigue ahí tecleando como si nada.
El bicho de la indiferencia ha terminado con muchos aficionados al fútbol: "Aquí descansa Ramón Lozano, insigne hincha del Elche entre las temporadas 1984-85 y 2004-2005, cuando le vino la indiferencia". No suele haber marcha atrás si te instalas en ese estado de apatía. Un jugador, un título, una buena racha puede provocar que el aficionado indiferente recupere algo de ilusión pero suele ser algo temporal. Escucho, leo, los últimos meses a algunos aficionados del Real Madrid y del Barça y noto esa indiferencia, en fase temprana la mayoría, pero también los hay que se asoman ya a la fase terminal cuando dejas de ver los partidos y te conformas con preguntar cómo quedó la cosa. Escucho, leo, a los aficionados de la Real Sociedad y siento justo lo contrario. No se trata sólo de tener el liderazgo, que es algo que a cualquier aficionado nos excita, sino de la sensación de trabajo que deja el equipo. A la Real no se le ven las costuras. Es un bloque compacto arriba y también abajo. Tiene ya el mejor arranque liguero de su historia.
Esta Real de Imanol Alguacil puede despertar del letargo de la indiferencia bicéfala (a veces tricéfala) ya no sólo a los aficionados, también a la propia Liga. Porque muchas veces las indiferencias vienen provocadas por las inercias que dejan competiciones inertes.