Cómo juega el Betis, cómo juega el Celta
La propuesta antinatural
La primera premisa en el fútbol es saber a qué jugar. No importa el cómo, pero sí tener claro un patrón que se pueda identificar con el tipo de plantilla. En el Celta no se aprecia, al menos desde fuera, una correspondencia entre lo que proyecta y los jugadores que dispone. Existe una discrepancia evidente, anterior ya a Óscar, acentuada por la crisis de resultados que afea su trayectoria estas últimas temporadas. Que un equipo con jugadores como Fran Beltrán, Denis Suárez, Nolito, Emre Mor o Aspas se vea abocado a ser más reactivo que propositivo sugiere un grave problema de identidad. El Celta busca equilibrarse con un bloque medio-bajo y saltar después en transición —15 contraataques por partido, la cifra más alta de la competición— como vía de ataque. Si su crédito defensivo fuera mayor, podría entenderse. Pero no. La fragilidad atrás del Celta, recalcada en el duelo contra el mejor equipo de LaLiga como es la Real Sociedad, le aproxima a un estado depresivo.
Mover y moverse
El caso del Betis es bien distinto. Se le concede el prestigio de la iniciativa al conjunto de Pellegrini, esté mejor o peor, con una clara vocación por la armonía y el atrevimiento. Esta siempre ha sido la narrativa admirable del técnico chileno. El compromiso contra el Elche, al que ya le tocaba perder, aupó a un Betis brillante con la posesión. La calidad incontestable de Canales, Fekir y Joaquín necesita de la movilidad de otros futbolistas que ataquen los espacios y abran grietas en las líneas rivales. El Betis lo tuvo con la amplitud de Emerson, Álex Moreno y Tello (72% de acciones por las bandas) y el trabajo impagable de Sanabria sin balón. La circulación fue rápida y precisa, promediando apenas 1,23 toques por pase, frente a un Elche derrengado por el volumen de juego bético.
La búsqueda
No se puede acusar a Bordalás de inmovilismo. Todo el mundo conoce al Getafe, pero su entrenador aspira a incorporar ciertos matices que le hagan más imprevisible. Es esta una tendencia durante todo el curso. En Mestalla inició con 1-3-4-3, con libertad para Cucurella, como símbolo de apertura táctica. No le terminó de funcionar y volvió al 1-4-4-2 tradicional. La tierna expulsión de Correia empujó una remontada inacabada por el patoso penalti final sobre Maxi Gómez. Con todo, después de una parte casi entera con superioridad numérica, al Getafe le costó afinar su respuesta ofensiva. Abusó del juego directo, demasiados centros (32) y pocas ideas, y se desabrigó en las transiciones del Valencia al no poder recuperar en zonas avanzadas (32,2 metros de distancia media a su portería cuando robaba). Dio la vuelta al marcador por el efectismo estéril de Jaume y el hambre de Ángel, pero no había merecido tanto premio.
La novedad negativa
El Sevilla acabó agotado ante el Athletic, víctima de su incapacidad para sentenciar antes el partido. Se echó atrás, sin rumbo, a meced de la intensidad de los de Garitano. La derrota se escribe desde diferentes supuestos. Afamados algunos como el déficit de gol, sorprende más su escaso control atrás. El Athletic realizó 11 remates dentro del área sevillista, varios de los mismos con una facilidad pasmosa como ocurrió en los goles de Muniain y Sancet. Diego Carlos no anda igual de seguro desde aquel carrusel de encuentros de la Europa League. A su lado, Koundé, que estuvo inmenso en la Champions contra el Rennes, peca de algún exceso de suficiencia. Nadie discute su jerarquía como pareja, de lo mejor en Europa, pero a este Sevilla le hace tanta falta más regularidad en su rendimiento como una cercanía mayor con el gol.