Los resultados gruesos

Las grandes goleadas tienen un impacto duradero. Se recuerdan, para bien o para mal, durante años y décadas. Permanecen en la memoria, constituyen hitos o humillaciones, acaban con proyectos y despiden a entrenadores. Pero no siempre son síntomas de decadencia ni consecuencia de la grandeza. A veces, simplemente, suceden. Desconectadas del ayer y del mañana, sin tener relación con lo que venía sucediendo ni con lo que sucederá.

Las goleadas inesperadas exigen explicaciones. La del Aston Villa al Liverpool parecía pedirla a gritos por incomprensible. Y que coincidiera en el tiempo con un 1-6 del Tottenham en Old Trafford y se diera solo una semana después de un City 2-5 Leicester aumentaba el alcance de la pregunta: "¿Qué está ocurriendo en la Premier?". Se elaboraron todo tipo de teorías: la falta de público y la pretemporada atípica se citaron como razones. Pero a veces no hace falta que ocurra nada especial. Las goleadas, simplemente, se dan.

Pongamos que en los primeros minutos se juntan un rebote, un error individual y un trallazo a la escuadra. Le sucedió al Liverpool en Birmingham, que encajó tres tantos en tiros lejanos desviados por defensores. Cuando te quieres dar cuenta, ya estás varios goles por debajo. Te abres, te abres mucho más de lo normal, porque la situación es extraordinaria y lo requiere, y puede ser que tu osadía extrema te lleve a la remontada casi imposible o a caer con todo el equipo. Es un doble o nada, la ruleta rusa a la que es obligatorio jugar si no te conformas con defender desventajas mínimas. A veces -sólo a veces-, caer goleado es sinónimo de ambición y competitividad, de una aversión absoluta a la derrota, y el que tiene este temperamento asume que las pocas ocasiones en las que va a perder es posible que pierda por muchos. No olvidemos que el mismo Liverpool, cuando perseguía el título de la Premier intentando emular al Arsenal de los invencibles, cedió su primera derrota ante un Watford que acabó descendiendo por 3-0. La misma historia.