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La sesión golfa de Roland Garros

Rafa Nadal ha añadido otro récord a su extenso palmarés de plusmarcas, aunque esta vez bastante más ingrato y de dudoso prestigio. Nadal ganó el partido más tardío de la historia de Roland Garros. Sucedió en la jornada del martes, aunque sería más correcto señalar que lo batió el miércoles, porque comenzó a jugar pasadas las diez y media de la noche y terminó cerca de la una y media de la madrugada. Y menos mal que el choque se resolvió en tres sets, a pesar de la brava oposición en los dos primeros parciales de Jack Sinner, ese italiano de 19 años con trazas de futuro número uno. Si el cruce hubiera durado cinco horas, como ocurrió ese mismo día, sin ir más lejos, con el Schwartzman-Thiem, el litigio hubiera acariciado las cuatro de la mañana. Un despropósito.

No es la primera vez que ocurre en un torneo, ni siquiera en un Grand Slam, pero sí en París, donde las jornadas se apagaban con la luz. El estreno de la Chatrier cubierta e iluminada, que corrige los aplazamientos por lluvia, ha creado un nuevo problema con la dilatación innecesaria de la actividad. Que la agenda de cinco partidos podía superar la medianoche resultaba bastante obvio, como señaló el propio Nadal. Sigue siendo sorprendente lo mal que calculan los organizadores de tenis sobre su propio deporte y las sesiones golfas que con frecuencia provocan. Sólo Wimbledon pone un tope horario, con el que impide las trasnochadas, pero alarga los partidos en dos días. Al problema de la nocturnidad hay que sumar el frío, del que se quejó amargamente Rafa. Los empellones de la pandemia y las forzadas fechas de octubre lo justifican en parte, y hasta los jugadores lo asumen con cierta resignación, pero no totalmente. La noche es más gélida que el día. Y se puede evitar, a corto plazo, con una mejor programación, y, a largo, con una solución que limite la duración de los partidos. No se puede estar jugando eternamente.