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Todos hemos conocido, al menos, a uno o dos ansufatis a lo largo de nuestras vidas: insolentes imberbes que se encargan de dejarnos en calzoncillos mucho antes de que nuestra falta de talento o resuello resuelvan lo evidente. Disimulamos, trampeamos, miramos hacia otro lado mientras nos convencemos de que sí, de que la cosa va bien, hasta que aparece un niño ciclón de la nada para dejarnos por el camino como Maradona a un autobús de ingleses: mudos, desarmados, abatidos. Puedes protestar, alegar sorpresa, farfullar que no conviene exponerlo a los rigores de la vida adulta hasta que le sombree la barba. Puedes demandarlo ante un alto tribunal o declarar la guerra a Francia, lo primero que se te ocurra, pero de nada servirá ante el peso de lo evidente. Antes de cenar, el ansufati de turno se habrá quedado con tu trabajo, renegociado tus deudas, marcado dos goles, forzado un penalti, besado a la chica y reclamado su trono entre los aplausos y vítores de tu propia familia.

Ansu Fati celebra uno de sus goles al Villarreal.
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Ansu Fati celebra uno de sus goles al Villarreal.ALBERT GEAREUTERS

Existe una forma de consuelo: aceptar que la vida pasa y descubrir que el último modelo de ansufati juega en tu equipo. Mal que bien, es de los tuyos. La genética está de tu parte, pues el chico luce los colores que brillan en tus ojos desde niño, ese azul y grana de husky siberiano que tan poca gracia le hacían a tu padre. ¡Corre como una gacela y pica como una faneca, Muhammad Ali reinventado para el arte de jugar al fútbol! ¡Resquebraja defensas, defenestra porteros y saluda al tendido de mi parte! Todo queda atrás. Los rencores y la rivalidad nos parecen cosa del pasado porque el ansufati es todavía un niño y no conviene criarlo en un ambiente tensionado. Lo aconseja su buen padrino, un Jorge Mendes que podrá construirse tres carabelas de oro más para cruzar el Atlántico y reclamar que América también la descubrió él. Y África. Y Sant Joan Despí, salvo que algún ansufati de la representación lo adelante por la izquierda para convertirlo en otro mortal aniquilado, extremo poco deseable porque las viejas glorias también necesitamos de un referente en el que seguir creyendo cada vez que Ansu Fati arranca.