Alonso lo hizo posible
Mirábamos la Fórmula 1 como se hace con las estrellas. Deslumbrantes pero inalcanzables. Pertenezco a una generación que se aficionó al automovilismo con Fittipaldi, Lauda y Piquet, primero; con Senna (mi gran ídolo) y Prost, algo después. Más tarde, como españoles nos ilusionamos con Campos, Pérez-Sala, De la Rosa o Gené, aunque por la falta de medios o talento el fogonazo de entusiasmo fue efímero. Hasta que llegó él. Su primer podio, su primera victoria, su primer título. Hace hoy justo quince años que Fernando Alonso nos permitió salir del territorio de los sueños para disfrutar de una realidad mágica: un español campeón del mundo de Fórmula 1. Ahí es nada. Su éxito fue el de todo un país, acostumbrado a los triunfos en las motos pero ajeno a ese deporte de extraterrestres.
Tengo mala memoria, es bueno asumirlo para evitar más errores de apreciación de los imprescindibles. Sin embargo, imagino que como a todos, algunos momentos se quedan grabados para siempre en mi memoria y con una nitidez que no deja de sorprenderme. Aquel 25 de septiembre de 2005 figura entre ellos, el instante justo en el que Alonso cruzó la meta del GP de Brasil en tercera posición para proclamarse campeón de F1. Creo que mantuve la respiración durante el minuto y pico que duró aquella última vuelta, cerrando por segundos los ojos para evitar ver a aquel Renault parado al borde de la pista. No ocurrió y lo siguiente que recuerdo es estar subido en una mesa del AS (suerte que en esa Redacción se vive el deporte con pasión), gritando y con los brazos en alto. Como si hubiera ganado yo. Porque en realidad sí lo hice, diría que ganamos todos. Gracias de nuevo, Fernando…