Me enteré del inicio de la Liga el mismo día que comenzaba, por la prensa, no digo más. Peor fue que no me reproché ser tonto, ni vivir en otro mundo. Simplemente, me dio igual. Es gravísimo, lo sé, pero esa gravedad es algo que tampoco me importa demasiado. Así están las cosas. Supongo que esta dejadez es un efecto de la depresión que rodea al fútbol: los estadios continúan vacíos, los partidos de los grandes equipos se aplazan, los estamentos deportivos están en guerra, no hay apenas fichajes... Cómo no va a darte todo igual. Pfff. Ya fue milagroso que el mundo se conmocionara cuando Messi anunció que se iba del Barça. Vuelve la pasión, vuelven las emociones fuertes, pensamos algunos. Pero nada. La marcha de Messi también fue un timo. Ni las promesas más feas se cumplen.
Acostumbrados a que las historias tengan un principio, un nudo y un final, me vi pensando que estaría bien, por una vez, que la temporada arrancase por la mitad, para ahorrar en hastío. Nos habíamos habituado a los principios demasiado intensos, convencidos de que la Liga se decidía en el primer partido, aunque fuese agosto, algo que nos conducía, como aficionados, a un ritmo de vida demasiado frenético, casi insoportable.
Quizás convenía rebajar el inicio con agua. Hitchcock contaba que en los años cincuenta tuvo que abandonar la idea de rodar El naufragio del Mary Deare porque la película empezaba muy arriba, con el descubrimiento de un navío en mitad del Atlántico. No había nadie a bordo y el mar estaba en calma. Los marineros que lo descubrían subían al barco y comprobaban que los botes de salvamento habían desparecido y que las calderas estaban aún calientes, pese a no haber signos de vida. ¿Por qué fue imposible rodar esta historia? Porque tenía un comienzo muy fuerte y una gran cantidad de misterio desde el primer momento. Lo que viniese a continuación nunca podría estar a la altura del principio. Así que después de todo tal vez sea una buena noticia que en su comienzo la temporada nos parezca un coñazo. Quizá después mejore.