Messi también cambia a Koeman
Si por algo se ha caracterizado Ronald Koeman en su carrera como entrenador ha sido por acometer con firmeza revoluciones incómodas. Ha llegado a sus nuevos clubes y ha apartado a todo aquel demasiado conectado con los vicios del pasado. Ha impuesto una disciplina estricta, a veces hasta excesiva, y ha querido rodearse de un grupo de fieles que poco tengan que ver con los regímenes anteriores. No extraña en absoluto que sus primeras decisiones en la capital catalana hayan consistido en descartar a jugadores muy señalados por el público (Suárez, Rakitic, Vidal, Umtiti), que haya pedido a futbolistas a los que ya ha tenido y que son de su cuerda (Wijnaldum, Depay) y que no haya mantenido prácticamente a nadie del staff. Hasta ahora, Koeman estaba siendo muy fiel a sí mismo, y sus primeros pasos se asemejaban a los que dio en Valencia o en el Everton. Pero apareció Messi.
En este sentido, la gestión de la crisis provocada por el amago de fuga del crack argentino le plantea un nuevo reto. Durante toda su trayectoria, el entrenador neerlandés ha cimentado su liderazgo en una autoridad indiscutible, en una exigencia de compromiso que no toleraría dudas como las que ha expresado en público el rosarino. Si Messi fuera cualquier otro jugador del mundo, Koeman no habría permitido que un miembro de su plantilla cuestionara al club, amenazara con burofaxes y luego rectificara quedándose a regañadientes. Pero Messi es Messi, es el mejor, y hasta el inflexible Koeman sabe que tiene que aceptarle conductas que sobrepasan su libreto.
Sirva este ejemplo para entender lo complicado que es entrenar al Barcelona en estos tiempos. Los últimos inquilinos de ese banquillo imaginaron una manera de jugar y tuvieron que adaptarse a la naturaleza de un vestuario muy especial para intentar sobrevivir. Koeman parecía la apuesta más radical para imponer un nuevo orden, pero incluso él tendrá que construir su equipo alrededor de un jugador que acaba de afirmar que entendía que lo mejor era marcharse a otro lado.