Mariano, Almería, Zaragoza, Sevilla...
El caso Fuenlabrada que, dicho sea de paso, se está endemoniando demasiado (la pretensión de bajarle no podría ser vista más que como una patada de la Federación a Tebas en las partes del Fuenlabrada) ha sido, desgraciadamente, el pórtico de nuevos casos. Cada vez me parece más milagroso que la Primera llegara a feliz término y que en la Segunda sólo se diera ese desliz final. Está claro que a medida que nos distanciábamos del confinamiento y avanzaba una colectiva e insensata ambición de recuperar las relaciones el virus volvía a hacer carne. Lo evitamos porque nos recluimos. Lo hemos reencontrado al salir a la calle.
Y sobre todo los jóvenes, de naturaleza más expansiva y con sensación de inmunidad. Y los futbolistas son jóvenes, así que tras el Fuenlabrada llegó Mariano, y tras Mariano casos en el Almería, el Sevilla y el Zaragoza. El Madrid tuvo la sabia precaución de examinar a sus jugadores en sus casas antes de reunirlos, algo elemental que no entiendo que no hayan hecho todos. Así que al Madrid le ha bastado con dejar a Mariano fuera. Los otros tres equipos han trabajado ya en grupo con el virus por ahí en medio, de manera que han tenido que interrumpir los entrenamientos con los desafíos (el ascenso o la Europa League) ya a la vista.
¿Llegarán a tiempo a sus compromisos? ¿Cómo llegarán? ¿Se sumarán nuevos equipos al paquete de contaminados? Y alargando la mirada, ¿cómo llegaremos a septiembre? Sin salirnos del fútbol, tema relativamente menor pero emblemático, ¿será posible jugar en septiembre con normalidad? Este verano nos está dando un golpe de realidad que no esperábamos. Hasta que haya vacuna no cabe más que extremar la prudencia, por latoso que resulte. Mejor aburrirse que tener que parar de nuevo en seco el país, ahondando una ruina que nos acecha. El fútbol había llegado hasta aquí de milagro, pero el futuro lo veo negro.