Un verano irreconocible

Si un aficionado al deporte aterrizara este mes en el planeta, procedente de otra galaxia, después de cuatro meses de ausencia, y no supiera nada del tremendo golpe que ha sufrido la humanidad con la pandemia del coronavirus, observaría con estupefacción que julio no es lo que era. En el deporte, julio está asociado al Tour de Francia. Ya saben: las bicicletas son para el verano. Y también al Grand Slam de Wimbledon. Los dos eventos tenían que estar celebrándose en estos días, pero el pelotón optó por una escapada hacia delante, al 29 de agosto, y la catedral de la hierba cerró la puerta hasta 2021, igual que hizo el British de golf, otro clásico de julio, en estos dos últimos casos protegidos por un seguro. El virus ha diseñado un calendario deportivo irreconocible y un segundo semestre bien cargado.

El aficionado recién llegado se toparía con competiciones que tenían que haber terminado en primavera, como esa Liga de fútbol que encadena jornadas sin respiro. O con la Fórmula 1 y MotoGP, que sí suelen celebrar grandes premios en julio, antes de tomarse unas pequeñas vacaciones en agosto, pero en este caso arrancarán en estas fechas atípicas y ya no darán tregua hasta avanzado otoño. Las bicis empezarán a rodar a finales de mes, con una Vuelta a Burgos que normalmente exhibe un elenco escaso y este año parecerá el Tour. El tenis se retomará en agosto, con una interrogante sobre el US Open y un Roland Garros otoñal. El verano olímpico no celebrará Juegos, y tampoco Eurocopa, pero sí NBA y Champions. Un año raro, con un calendario de circunstancias que busca salvar la industria, el entretenimiento y la tradición. Dentro de su singularidad, el nuevo mapa también esconde cierto atractivo, acabamos de verlo en la fase final de la ACB. Puede, incluso, que el deporte extraiga enseñanzas de futuro para mejorar el producto. ¿Por qué no? Lo importante es que ha vuelto. Y eso trae algo de normalidad a nuestras vidas