El Zaragoza que fue y hoy vuelve a ser

No hay gol igual, me atrevo a decir que no habrá gol igual, en la historia del fútbol. La mezcla de dificultad, imaginación, suspense y valor conceden a la prodigiosa ocurrencia de Nayim la autoría de un hito incomparable. Otros goles agónicos también decidieron títulos importantes, pero ninguno sucedió desde más de 40 metros. El contexto y la distancia son únicos.

En un niño nacido en Madrid, aunque de firmes raíces aragonesas, la parábola de Nayim solo hizo que reafirmar la mejor decisión que, en su inconsciencia infantil, pudo tomar. Mi padre me descubrió lo que era el Real Zaragoza, algo por lo que siempre le estaré agradecido. Quizá ser del Zaragoza no era la opción lógica ni lo que tocaba. Sin embargo, hoy entiendo más que nunca que era la elección natural. Los recuerdos borrosos previos de mis tardes de zaragocismo ganan total nitidez en el camino hacia la Recopa de París.

Todavía siento caer las inconsolables lágrimas que me provocaron las paradas de un portero de apariencia singular como De Goey y el gol de un joven con rastas llamado Larsson. Por un momento todo estaba perdido, pero nada fue como aparentaba. La remontada al Feyenoord en La Romareda, la poderosa exhibición ante el Chelsea o el icónico bautizo de la hija de Aragón —mi primer ídolo— en Stamford Bridge condujeron a un equipo de huella personalísima a la final contra el Arsenal. Víctor Fernández adoptó una propuesta tan identificable como atractiva, exageradamente ofensiva a veces, con jugadores de gran pie y jerarquía en todas las líneas y un goleador mayúsculo como Esnáider, incontenible toda la Recopa. Al Zaragoza se le conocía por una idea. Aquel equipo se escribió desde su grandeza futbolística, pero también desde la ambición colectiva, el orgullo de su afición y el sentido de pertenencia de una comunidad entera.

Aunque pueda parecer tanto tiempo después, el Zaragoza no se quedó en París. La trayectoria asimétrica que siguió después, con triunfos tan notables como la Copa de Sevilla, el Galacticidio de Galletti, la Supercopa de Zapater o el glorioso 6-1 al Madrid, ha deparado en siete años consecutivos en Segunda por la negligente y dolosa gestión de Agapito Iglesias. La supervivencia del Zaragoza quedó a los pies de un milagro. Y el milagro era su gente. La reciente reconstrucción social dibuja un panorama alentador, ligado al imprescindible retorno a Primera por cuestiones económicas. Ir a La Romareda, una costumbre que repito casi en cada partido que juega como local, conecta a varias generaciones de aficionados entre los que cada vez se ven más niños. Si algo se rompió en el pasado, hoy se ha recuperado. El vínculo pasional con el Zaragoza está tan vivo como lo estaba París. Con Víctor, siempre Víctor, como guía necesario. Se trataba de volver a empezar para volver a ser.