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Ya os conté que estuve en Liverpool viendo la batalla de Anfield, el último gran partido, inmenso partido, de toda una época. Reconozco, entre el miedo y el frío que pasé allí durante el encuentro, haberme acordado varias veces de Michael Robinson, imaginándomelo celebrar algún gol con The Kop, la grada más famosa y más querida del mundo del fútbol, probablemente. Tuve tiempo, entre el frío y el miedo de Anfield, de imaginarle en la cabina de comentaristas durante el partido, loco por bajar a rematar algún corner.

Gracias a ese partido y a ese viaje pude abrazar al inglés la madrugada siguiente al partido en el aeropuerto John Lennon de Liverpool. ¿Cómo no amar una ciudad cuyo aeropuerto se llama John Lennon? Eso le pasaba al inglés y eso me pasa a mí. Amor por Liverpool. De hecho, cuando el Atleti perdía 2 a 0 en la prórroga y estaba momentáneamente eliminado, me consolaba malamente, tra tra, pensando que Liverpool era la ciudad de los Beatles, la ciudad de Robinson, y Anfield el estadio donde habita The Kop y el campo donde Fernando Torres amó y fue amado. Que no es poco. Caer en Anfield y ante el campeón de Europa también merece una medalla. Pero somos el Atleti.

La madrugada siguiente, 12 de marzo, apenas siete horas después de finalizar el partido, vi a Michael Robinson acercarse a mí, en el aeropuerto John Lennon, tan sonriente, tan educado, tan amable, y nos dimos ese abrazo que me llevo para siempre.

Robinson, en una entrevista con AS en mayo de 2019.
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Robinson, en una entrevista con AS en mayo de 2019.EDUARDO CANDEL

La primera vez que me encontré con él, la primera vez que hablamos, fue para hacerle una entrevista. Yo a él. Increíble. A los cinco minutos de conocerle me trataba como si fuéramos amigos desde jóvenes. Poco después de la entrevista me hablaba de hermosos proyectos, casi casi locuras, como si fuera su tronco, su socio, su compañero de vida y de aventuras. Y así era con todo el mundo. Por eso agradezco a la vida, a los Beatles, al Atleti, a Anfield, y al aeropuerto John Lennon de Liverpool haberme llevado ese último abrazo para siempre.