Nombre y apellido, por favor
Ya le llamábamos "cariño" a los perros, así que no es raro que los estadios de fútbol tengan nombre y apellido. Ahora casi produce nostalgia el anonimato al que aspiraba aquel gánster en Cotton Club, al que alguien le preguntaba "¿A ti cómo te llaman?", y respondía "A mí nadie me llama". Ni siquiera su madre. "Yo no tengo madre. Me encontraron en un cubo de basura", decía. Pero el mundo cambió mucho desde la película de Coppola, y hoy un nombre es un valor. Todo el mundo desea uno. ¿No eres una persona, ni un perro, ni una hormiga? ¡Y qué! Eres una cosa, y las cosas también tienen derecho a llamarse. Y sin importar qué cosas. Eso incluye un estadio de fútbol, un oso de peluche o una moto. Lawrence de Arabia tuvo siete motocicletas y a todas ellas las llamó George. Con George VII sufrió un accidente y se mató.
No recuerdo ya cuándo, en aras de la recaudación, empezó el fútbol a entregar sus señas de identidad a los patrocinadores para que las moldeasen a su gusto, desde las camisetas, que son su forma de presentarse al mundo, a los estadios, que son su casa, nada menos. Muchas veces lo más más querido es lo más rentable. Eso que los clubes llaman "apellido" demuestra el viaje del fútbol hacia la Recaudación Total. ¿El nombre en sí, su belleza, su lógica, su sonido? Qué más da uno que otro.
Hubo un tiempo en que un buen nombre lo era todo. Tenía que entrarte por los ojos. No era algo que consiguieses, por ejemplo, llamándote María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva Falcó y Gurtubay. Pero buscabas algo más corto, como Duquesa de Alba, y funcionaba. Pero, como digo, el nombre ya no es relevante mientras abra y cierre la caja registradora. Hace unos años, un amigo se reencontró con un viejo conocido después de mucho tiempo. Durante una hora le estuvo llamando Javier. "Cómo te va, Javier", "Javier, no has cambiado nada", “No me jodas, Javier”. Cuando llegó a casa se acordó de que se llamaba Nacho. Pero Javier ya le había le pagado dos cañas.