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El Tour es la primera pieza del puzle

Emmanuel Macron prolongó el confinamiento en Francia hasta el 11 de mayo y, de paso, anunció que los eventos multitudinarios no retornarán, como pronto, hasta mediados de julio. Seguramente España prevé un plazo similar. Vamos a tardar mucho en ver público en los estadios, los teatros o los cines. La medida del presidente de la República deja sin efecto las fechas del Tour, que trabaja desde hace tiempo junto a la UCI, en discreto silencio, para encontrar una nueva ubicación. La versión que este martes tomó más cuerpo, y que este miércoles puede hacerse oficial, apunta del 29 de agosto al 20 de septiembre. ¿Y qué pasa con la Vuelta? Pues la idea es que quepa también en el calendario. Y el Giro. Y los Monumentos. Y el Mundial. Y un par de rondas preparatorias, con el Dauphiné al frente.

El puzle cuadra en unas fechas atípicas para salvar el grueso del curso, siempre que la pesadilla haya remitido para entonces. Ese es el gran problema. Los organizadores trabajan con calendarios alternativos, pero será el coronavirus el que dicte la sentencia y los políticos quienes gestionen los plazos. Mientras la pandemia avanza a su desconocida meta final, el ciclismo tiene claras sus prioridades de supervivencia. Hay que salvar el Tour, del que depende en torno al 45% de la visibilidad publicitaria de los equipos. Esa es la primera ficha que hay que colocar. Después las otras dos grandes, Vuelta y GIro, que repercuten en un porcentaje similar en las formaciones locales. Sin solaparse y sin recortes. Y luego una serie de clásicas simbólicas, muy relevantes en países como Bélgica. Los ajustes hay que hacerlos con tacto y con tiempo, porque no es igual fijar un partido, que coordinar más de 40 ciudades entre salidas y llegadas, que en el caso de la Vuelta pertenecen a cuatro países, con sus propias legislaciones. Las piezas todavía encajan, aunque para ello haya que irse a noviembre. Las bicicletas no son sólo para el verano.