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La vieja tradición cainita del Barça

Tratando a Bartomeu, hombre afable donde los haya, uno no se lo imagina en el papel de Papa Borgia, pero la forma en que se maneja en la cúspide del Barça induce a evocar a aquel inquietante personaje. Hasta siete de sus vicepresidentes han caído en cinco años, el último Emili Rousaud, que ayer recorrió las radios de Barcelona rajando a fondo. Paradójicamente, era lo que podríamos llamar El Delfín, el hombre previsto para encabezar la candidatura continuista cuando dentro de un año se consuma el mandato de Bartomeu, que no podrá presentarse porque los estatutos del club ponen límite de dos mandatos.

Acusaciones entrecruzadas aparte, se trata de una consecuencia de las tremendas tensiones que vive el Barça estos días, Bartomeu no tiene manos para bailar tantas naranjas en el aire: las exigencias de Messi y su 'troupe', el proyecto 'Espai Barça', la jaimitada de I3 Ventures, el frente del baloncesto con el 'exceso Mirotic', el 'parón coronavírico' con su cese brusco de ingresos, la posición del Barça ante el 'procés'... Cara a su último año, Bartomeu se encuentra con problemas, unos arrastrados y otros sobrevenidos, ante los que es difícil tejer unanimidades. Rousaud torcía el gesto y arrastraba los pies y Bartomeu se ha desembarazado de él.

Hay una vieja tradición cainita en el Barça. Desde Madrid se ve al club blaugrana como una causa monolítica, pero sólo es así frente al enemigo exterior, que siempre es el Madrid. Puertas adentro, siempre generó fuertes disensiones. Cuando empecé a interesarme por el fútbol, en los sesenta, el Madrid y el Atlético tenían su revista, pero el Barça tenía dos: una se llamaba Barça (aún existe), que editaba el club, y la otra R. B. (Revista Barcelonista), editada por la oposición, que acusaba a los directivos de robar de los traspasos. Recuerdo mi sorpresa de ingenuo adolescente al leer aquellas cosas. Por eso las de ahora ya no me pueden sorprender.