La otra herencia de Cruyff
Finalmente, la plantilla del FC Barcelona de fútbol reducirá su sueldo un 70% y compartirá una parte para que los empleados del club cobren íntegramente el suyo. Mientras tanto, ha vuelto a saltar la tendencia del club blaugrana al cainismo. Y es que, para bien y para mal, el Barcelona es hijo de Johan Cruyff. Las virtudes ya sabemos cuáles son. El problema es que la propuesta estética del holandés no vino acompañada de un modelo ético que lo sostuviera. De hecho, a diferencia de otros jugadores brillantes, no es fácil encontrar a un compañero de Cruyff que hable con afecto de él. Su genialidad deportiva trajo incorporado el culto a la personalidad, la obsesión por el dinero, el ego por encima del equipo, el pésimo olfato para los fichajes, la incapacidad para reconocer errores -y por tanto, para superarlos- y el escaso reconocimiento a las virtudes ajenas -y la imposibilidad para aprender de los demás-.
Se habla mucho de lo que fue el Dream Team, pero muy poco de que aún pudo haber sido más. Hay algo en ese equipo de obra inconclusa, cercenada en mitad de lo mejor por cuestiones de egos y cabezonería. El Barcelona, por su identificación con un modelo de juego bellísimo y su masa social, debería y podría tener varias Copas de Europa más. Algo falló.
Supongo que es difícil ser un ejemplo de nadie, cuando como jugador disminuyes progresivamente tu rendimiento, mientras descapitalizas al club que te paga un salario descomunal. O cuando se anteponen los compromisos publicitarios al deporte (hasta en esto fue moderno). Su comportamiento como jugador del Levante fue tan poco edificante con sus compañeros -y su entrenador- que admite pocos adjetivos. Maestro del autobombo, gran publicista de sí mismo, como miembro del famoso “entorno”, pasó más tiempo restando que sumando. Las luces de Cruyff trajeron las semillas de una nueva época, pero sus sombras impidieron desarrollar todo ese potencial. Puede que Xavi, en un futuro, sea capaz de arrancar para siempre las tóxicas malas hierbas.