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Yo estuve en la bomba biológica

No soy muy de Instagram. Hace unos días repasaba mis escasas publicaciones y la última precisamente era (y es) una foto que me hice en el estadio de San Siro, el 19 de febrero, justo antes de que empezara el Atalanta-Valencia de Champions. Cinco minutos después me llegaban por varias vías las declaraciones del alcalde de Bérgamo, Giorgio Gori, en las que calificaba aquel partido de "bomba biológica" y auguraba que "los 40.000 asistentes a ese partido se habían infectado". Muy ‘tranquilizadoras’ las palabras del primer edil de una de las ciudades con mayor porcentaje de población infectada por COVID-19 del mundo.

Desconozco si las declaraciones fueron fruto de la angustia interior que nos invade a todos o si tiene alguna evidencia médica que aún no conocemos. En lo que sí tiene razón es que allí nadie tenía idea de nada de lo que estaba pasando. O quizás alguien sí. Recuerdo que al llegar al aeropuerto de Bérgamo, una vez pasados los controles habituales, unas personas ataviadas con uniforme sanitario te acercaban una pistola-termómetro a tu frente antes de dejarte salir a la calle. Entiendo que si alguien hubiera viajado con fiebre le habrían hecho los controles sanitarios necesarios. Si te controlaban la temperatura sería porque alguien sabría algo.

Hasta ahí todo lo extraño que vi en Bérgamo y Milan en dos días y medio. Una anécdota que muchos publicamos en redes como una gracia. Maldita gracia. Ni en el autobús hacia Milan, ni en los taxis que tuvimos que coger para desplazarnos por la ciudad se veía nada extraño. Tampoco en los supermercados. Los clientes compraban de manera habitual sin restricción alguna. En el restaurante donde comimos, normalidad total. Allí incluso los compañeros de Onda Cero Valencia realizaron su programa en directo.

Aficionados del Valencia, en Milan, el pasado mes de febrero.
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Aficionados del Valencia, en Milan, el pasado mes de febrero.

De eso hace sólo 39 días. El día en que estalló una bomba biológica en San Siro. Una bomba silenciosa, o mejor dicho, con el único sonido de los goles que el Atalanta iba marcando. Allí tampoco hubo un solo control. Los 40.000 bergamascos que se desplazaron a Milan lo hicieron con total normalidad, más allá de las tres horas que se pegaron en un atasco que unía las dos ciudades. Los valencianos se movieron por la ciudad sin restricciones. Y luego, en el estadio, nada hacía presagiar lo que iba a empezar a suceder en Italia, unos días después, y España, dos semanas más tarde.

Tras un regreso normal, sin control alguno, unos días después surgió en Valencia el primer positivo. El contagiado era un compañero que había cubierto ese partido. La broma se acabó para muchos, entre los que me incluyo, descontando cada día, uno a uno, hasta los 14 que duró nuestra cuarentena. Poco después llegó la epidemia, la alarma social y más tarde la pandemia y el estado de alarma.

Seguro que aquel partido ayudó a propagar el virus y también los cientos que se jugaron después en toda Europa. Igual que las manifestaciones. Igual que las cenas multitudinarias y mítines. A muchos, como Gori, les alivia encontrar un culpable, una situación, una razón de peso que lo explique todo. Este partido, ya estigmatizado para siempre, no se debió jugar. Nos mandaron a la guerra, sin saberlo. Pero quiero creer que nadie lo sabía.