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Oblak, Llorente y una noche inolvidable

El Atlético, para bien y para mal, como le quieren los suyos. Esta vez ha sido para bien. Resistió el bombardeo del Liverpool en una noche británica de frío y lluvia, donde el estruendo continuo de Anfield se agigantaba cada vez que los hombretones de Klopp llevaban el balón hasta el área chica del Atlético, que eran muchas. Pero allí estaba Oblak, último cierre de una defensa ordenada, para ir retrasando el gol que se mascaba una y otra vez. El Liverpool no desesperaba: pegaba, recuperaba, atacaba, remataba... Así un minuto tras otro, con todo a favor, incluido el caserismo del árbitro holandés, que les consentía todo.

El primer gol no llegó hasta el borde del descanso. Casi en el pitido final, empató Saúl, pero en fuera de juego. De la exaltación a la decepción. Y pronto, en la prórroga, el 2-0. Parecía todo hecho. Pero compareció Llorente, en sustitución de un negado Diego Costa que se marchó con unos gestos que ahora se vuelven contra él. Llorente aportó su energía juvenil en apoyo del ataque. El gol que parecía imposible que marcara el Atlético lo hizo él muy pronto, tras un mal saque de Adrián que le permitió llegar con el balón a buena posición para resolver con un disparo sereno, cruzado con precisión de cirujano. Adrián gateó tras la pelota.

Aún doblaría la hazaña. En medio de la tormenta de pelotazos del Liverpool, encontró ocasión para una llegada rápida al área en la que se deshizo con la fría majestuosidad de los grandes delanteros del periodo clásico y disparó al mismo rincón. Hijo de una hija de Grosso y de un sobrino de Gento, Paco Llorente, jugador sucesivo del Atlético y del Madrid, lució todo ese exquisito pedigrí en esas dos jugadas estupendas y en una tercera, ya en los últimos instantes, cuando lanzó a Morata para la consecución del tercero. 1-0 en Madrid, 2-3 en Anfield. El Atlético ha eliminado al campeón y Llorente ha hecho honor a sus ancestros. Noche inolvidable.