El Liverpool, en el Metropolitano
Campeón de Champions (y de Supercopa de Europa y del Mundial de clubes), liderísimo (perdóneseme el palabro) de la Premier, con 25 victorias y un empate en 26 partidos. Se llama Liverpool, le precede una leyenda que se agrandará ante el partido de vuelta (‘This is Anfield’...’You’ll never walk alone’). Esta noche le acompañarán 3.300 hinchas febriles en su visita al Metropolitano. Todo ello al servicio de Jurgen Klopp, el entrenador del quinquenio, el hombre que ha irrumpido en la era de los violines y el tiqui-taca, para contraponer un fútbol frenético al servicio de tres estrellas en la delantera.
La verdad es que impresiona bastante. Toda una prueba para el cholismo, hoy por primera vez en cuestión después de tantos años. Años de regreso del club hasta donde estuvo y más allá. Años de presencia continua en la Champions, con dos finales perdidas por un pelo; años con una Liga frente al Barça de Messi y al Madrid de Cristiano; años que dieron para construir un nuevo estadio, que ya ha visto una final europea y que hoy recibe a ese prodigio actual que es el Liverpool. Años de lucha para llegar a un estatus que por fin el Atlético alcanzó... pero que no parece rellenar ahora que ha llegado a él.
Esa es la desilusión con el cholismo: su insistencia en un modelo siderúrgico cuando ha habido dinero para traer jugadores con encanto, y de hecho han venido, pero no le encajan. Jurgen Klopp propone un fútbol de metralla y tambores, pero que tiene su prolongación y concreción en Salah, Firmino y Mané, tres artistas que no le sobran. Con todo, el Atlético guarda un orgullo de su época reciente, en la que ha echado de la Champions en dos ocasiones al mejor Barça de nunca. El cholismo ha entrado en dudas, pero el Liverpool es uno de los pocos estímulos que aún puede ponerlo en pie.