Ni el Barça de la idea ni el Barça de la rabia
No era una enfermedad, era un mal. Y no se arregla con cataplasmas de ideología ni con remedios de nostalgia. No era un problema heredado de antiguos banquillos o de directivas asentadas en la costumbre de echar las culpas por la ventana de los despachos. El mal tiene sus nombres en casi todas las líneas. En el ensayo quirúrgico de ayer el único al que no atacó el mal sin nombre fue Ter Stegen. La larva que mata al Barça de la idea y de la rabia surcó todo el campo y ya dio con el nervio principal, el que ha movido hasta ahora a Messi para resolver en un minuto lo que durante más de una hora no lo resuelve ni dios, que es por otra parte el propio capitán.
Esta sucesión de errores que fue el Barça es un precipitado de sus fallas, que, como las valencianas, ya hace un ruido que Setién no calmará con fomentos. El dolor de cabeza es general, y procede precisamente de la cabeza. Lo sentí por mi nieto, que quería ver fútbol, aunque lo hiciera Messi, y por otro niño, este de Estambul, que viajó con su familia tras la leyenda del argentino. Eso será en otro tiempo, y a lo mejor es otro Barça. Y se despertará la idea, aunque duerma la rabia.