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Sobre el VAR: el Barça lloró y mamó

Se puede entender que Hernández Hernández dejara pasar la patada de Lenglet a Varane, tan bien recogida en la portada de AS de ayer. Y el agarrón. Bien podrían haberle pillado tapado, o se tragó el pito. Esas cosas les pasan, te lo cuentan los árbitros, al cabo de los años. Incluso tienden a pasar más, porque los árbitros (y los asistentes con los fueras de juego) saben que ahora tienen red y huyen más que antes de mojarse. Lo que no tiene un pase es que, lejísimos de la caldera, en la tranquilidad de una sala, y con buenos auxiliares, De Burgos Bengoetxea no le avisara: “Ojo, hay patada, yo que tú lo miraría”. Por cosas así el VAR está perdiendo crédito a chorros.

No lo traigo por estas dos jugadas de reivindicación madridista (“penaltis ‘clarisísimos’”, dijo Butragueño), sino porque pasa bastante. Al Barça le pasó cuatro días antes, sin ir más lejos. De nuevo la pregunta es: ¿qué bloquea al árbitro de VAR? Yo sospecho que un compañerismo mal entendido. Según la personalidad de cada cual, le puede parecer que le está haciendo una faena al colega que está en el campo, rodeado de toda la presión, si le manda al televisor de la banda a decidir, ante todo el estadio expectante, sobre una jugada que encima en estos casos penalizaría al equipo local. Esa función tiene algo de chivato y echa para atrás.

Un día le planteé esto a Velasco Carballo y me dijo que no, que no hay tal, que de compañero a compañero lo que quieren es ayudarse, que el corregido agradece que se adviertan del error. No estoy convencido y sigo pensando que árbitros de una generación anterior se sentirían menos comprometidos al sugerir que fueran al televisor de la banda los que no son ni han sido compañeros. El VAR corrige muchas cosas, y así lo suele explicar Velasco Carballo en espaciadas comparecencias de tinte triunfalista, pero ahora los errores son imposibles de digerir. Y sigue pasando aquello de que ‘el que no llora, no mama’. Como el Barça lloró, mamó.