¿Qué hace Zidane?

"¿Pero por qué? ¿qué hace?", bramaron varios madridistas (y no madridistas) que estaban viendo el Clásico conmigo cuando Zidane sustituyó a Fede Valverde por Modric en el minuto 80. ¿A quién se le ocurre semejante majadería? Quitar al uruguayo, que había completado el trayecto Madrid-Barcelona a toda mecha por el césped del Camp Nou, por un ‘piernas’ como Modric, aquel croata que ganó un Balón de Oro en el sorteo de benéfico de la parroquia. Con Valverde también salió Isco, por cierto, el otro sostén en Barcelona. Tal patinazo de Zidane sólo podría desembocar en catástrofe, pero… Contra pronóstico (el de mis descontentos acompañantes) el Madrid fue a más, empujando al Barça en su área, imponiendo su autoridad en el medio aunque no en el área, por donde se le extravió el triunfo a los blancos. Zidane volvió a plantarse en el Camp Nou y, de nuevo, salió sin quemaduras. Apostó por Isco y cuatro centrocampistas y el plan funcionó, no se aturdió con la sí pero no alineación de Busquets, adelantó la presión a los azulgrana y supo dotar a su equipo de ritmo y personalidad. Puede, y sólo digo que se trata de una remotísima posibilidad, que Zidane no sólo sea un alineador con jardín sino también un buen entrenador. Lo primero podría explicar alguna que otra victoria o algún que otro título. Pero no las tres Copas de Europa seguidas, ni los nueve trofeos conquistados en el banquillo, ni su poder casi divino de resucitar muertos. Porque eso es lo que hace Zidane.

La buena representación del Madrid en el Camp Nou exige ponderar la figura del marsellés, que esta temporada fue paseada en un carruaje de madera camino del cadalso hasta en dos ocasiones, tras las debacles de París y Mallorca. Tengo la sensación de que Zidane, a pesar de todas las medallas en el pecho que luce, es visto aún por muchos como un buen gestor de grupos pero aprendiz en la pizarra. Convengamos en que la primera condición no genera dudas a nadie. La segunda debería estar ya fuera de sospecha. La influencia del francés en la atmósfera del club y en la confianza del vestuario es para convertirse en asignatura troncal de la Escuela Universitaria Real Madrid. Como jugador, Zidane parecía saber la contraseña de cada jugada. Recibía el balón, lo escondía con habilidad, lo filtraba con inteligencia y aclaraba el cielo con un pase, una roulette o una volea. Como entrenador, parece haberla rescatado. Cuando hay confusión, ahí aparece Zizou.

En su primera etapa recondujo a un grupo desnortado y quemado, lo refrescó con su mensaje sencillo (no confundir sencillez con simpleza) y tomó decisiones esenciales: blindó a Keylor, respaldó a Marcelo, reculó con Casemiro (al principio le ignoró) y le convirtió en el dique de su equipo, abrazó a Isco y Modric y se partió la camisa por Cristiano y Benzema. Esa receta le dio nueve títulos, tres Copas de Europa. Hay quien puede atribuirlo a tres golpes de suerte o a un ramo de flores. Bien. Váyase usted de ese equipo porque considere que su mensaje no cala en la caseta, contemple desde su asiento del Bernabéu la autodestrucción de su grupo campeón, resuelva regresar jugándose su leyenda para intentar reanimarlo y, tras varias crisis (3-7 del Atleti, un 3-0 del PSG y un 1-0 del Mallorca) que le acaban señalando, logre resucitarlo de nuevo. Ya no cabe la casualidad. En su segundo advenimiento ha vuelto a mover las piezas con maestría. Cubrió a Courtois cuando volaban los cuchillos, se vistió de psicólogo con Isco y le ha reenganchado, mimó a Modric cuando le atacó la fatiga, comenzó a moldear a Rodrygo, impulsó de nuevo a Varane, apostó por Mendy como oxígeno de Marcelo y, sobre todo, se sacó de la manga a Fede Valverde, un jugador al que ya había echado el ojo y que ha cambiado todo el andamiaje del centro del campo. Aparte de su amplísima zancada, sus siete pulmones, su buena colocación y su atrevimiento en el golpeo, ha inoculado en el Madrid ese gen uruguayo de quien no necesita jugar una final de Copa de Europa para abrirse en canal sobre el césped y vaciarlo todo. Su celebración con el gol del empate de Benzema en Mestalla, caído sobre el campo y golpeándolo de forma incesante, refleja ese carácter sanguíneo. Un carácter que mostró el Madrid en el Camp Nou y que le tiene colgado de lo más alto de la tabla, algo impensable hace justo dos meses. Y esa resurrección la está obrando Zidane. Eso es lo que está haciendo.