Ni el Madrid ni el VAR rematan
El Madrid pagó por falta de remate su clara superioridad sobre el Barça. Hernández Hernández se tragó dos penaltis a Varane. Partidazo de Valverde.
El Clásico dejó las cosas donde estaban, política y deportivamente. Seguirán adelante el conflicto catalán y el conflicto de la Liga, aunque le quedaron más ganas de celebrarlo al Barça, muy inferior en juego y no tanto en las áreas. Quedó la impresión de un Madrid más vigoroso, de más autoridad con la pelota y con un futbolista superior: Valverde. Un futbolista que no existía en septiembre. También quedó claro que el Barça está en manos de lo sobrenatural, Messi. Y lo sobrenatural no es cotidiano.
La política murió en la orilla, pero el VAR no. Al fin y al cabo no es más que sacar el error humano del césped y enjaularlo entre cuatro cristales, con más ojos, más cámaras y mejor márketing. Sólo que el tribunal de segunda instancia no tiene la coartada de la inmediatez. Estaba siendo mejor el Madrid cuando a Hernández Hernández se le fueron dos penaltis a Varane en jugadas consecutivas. Una por agarrón al intentar rematar de cabeza y otra por una plancha de Lenglet a la altura del muslo. A Hernández Hernández, canario, colegiado principal, se le marcharon en el tumulto. A De Burgos Bengoetexea, entre frame y frame. Jugadas grises, color que va y viene, que dice el protocolo. Penaltis claros, que dice el reglamento a cámara rápida, lenta o superlenta. No les extrañe que vuelva a llenársele el buzón de reclamaciones a Rubiales esta semana. Ahora de sobres blancos.
Antes de aquello, el Barça había amortiguado mucho su condición de equipo territorial. El Madrid fue a buscarle al balcón de su área y le entorpeció de verdad el primer acto de su juego, el traslado rápido de la pelota de un área a otra. Así que se perdió ese fútbol pegadizo del equipo de Valverde, que tomó la precaución de meter a Semedo como lateral presumiendo la alineación de Bale, algunos días galgo y otros tantos figurante. Busquets, la barrera natural del Barça, se quedó en el banquillo con décimas de fiebre.
Así que por lo uno, por lo otro y porque Zidane se ha entregado al cuarto centrocampista en partidos de mayor cuantía, el Madrid estuvo muy por encima en la primera parte. El francés eligió a Isco, que tiene más picante que Modric en los terrenos de la verdad. Del Madrid fue la presencia y del Barça, las apariciones. Un coro contra Messi. De una ocurrencia del argentino llegó la gran ocasión del Barça antes del descanso. Voló su pase como un dron a Jordi Alba, el mejor traductor del genio, pero el remate no estuvo a la altura del desmarque. Quedó un Barça casi a la contra, a la espalda de sus principios. Y huérfano de Suárez, el primero en la lista de desaparecidos.
Antes del error de Alba, el Madrid había coleccionado ocasiones desde una cuidada elaboración del juego, con Isco en máximos y con una biodiversidad de centrocampistas que hasta ahora no tenía. Eso ha traído Valverde. Eso y un disparo lejano de fabricación alemana con el que estuvo dos veces al borde del gol. Además, Piqué le sacó sobre la línea un cabezazo a Casemiro. Zidane ha atendido una vieja reclamación desde que se marchó Cristiano: los goles de los centrocampistas.
Como aquello no cambiaba, como la pelota era abrumadoramente del Madrid, Valverde metió a Vidal, un alborotador. Para entonces, Messi había perdonado donde nunca lo hace, a dos metros de Courtois. Dudó entre el control y el disparo y no hizo ni lo uno ni lo otro. Al Barça le sobraban delanteros y le faltaba fútbol y el Madrid estaba en el polo opuesto. Lo bordaba con la muleta y lo estropeaba con el estoque. A Bale se le escapó un gol y le anularon otro, por fuera de juego de un palmo de Mendy.
A diez minutos del final, Zidane retiró a Isco y Valverde, las muletas del Madrid. Fue un intento de reimpulsar a un equipo al que se le había marchado vivo el partido. Contra lo esperado, el Madrid fue a más, dio la impresión de andar más vitaminado y murió rodeando el área del Barça. Hasta ahí le llevó su superioridad táctica y anímica. El reparto le pareció muy poco.