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La carta de Bartomeu. Debió ser muy convincente. O, como mínimo, ya podemos afirmar a estas horas que el presidente azulgrana no enviará una nueva misiva al Comité Arbitral para quejarse del funcionamiento del VAR. Los Clásicos se deciden por matices, por una simple acción que cambia el curso del partido. Y no puede ser que en minuto y medio fuese objeto Varane de dos penaltis claros, uno hecho por Lenglet y otro por Rakitic, y que aquí nadie dijese esta boca es mía. Hernández Hernández se tragó el silbato en ambas ocasiones, pero ahora existe un invento llamado VAR, que se supone que se implantó como factor corrector para asegurar la justicia en el fútbol evitando que los errores humanos penalicen la cuenta de resultados. Pues De Burgos Bengoetxea, que era el árbitro del VAR en este Clásico, ni siquiera le pidió a Hernández Hernández que fuese a chequear las dos jugadas en la pantalla. Era lo mínimo que exigía un partido de semejante enjundia, pero nada de nada. Jueguen señores, que aquí mando yo...

El tsunami blanco. Pero como bien dijo el capitán Sergio Ramos, ya no tiene solución y no podemos darle más vueltas. Por eso recupero la sonrisa analizando el vendaval de fútbol que el equipo de Zidane exhibió en la caldera del Camp Nou, sobre todo en un primer tiempo para enmarcar. El tsunami y el baño llevaron puesta la camiseta blanca. Messi sólo pudo ser un espectador más del baile que le dio a su equipo el eterno enemigo. El Madrid se adueñó del partido con personalidad, mandando en el juego de cabo a rabo, dominando todos los escenarios, con una presión alta que desarmó la construcción de juego del Barça, que quedó minimizada ante su inferioridad numérica en el centro del campo. La inclusión de Isco fue un acierto, aunque hubiese querido ver a su lado a Modric, que en 16 minutos dejó claro que está también de dulce. Vieron mis ojos a Piqué sacando goles de la raya, a sus compañeros achicando agua como podían, a Ter Stegen sacar el balón en largo ante la imposibilidad de que ellos pudieran iniciar la jugada desde atrás... Un Barça a merced del Madrid, que habló en voz alta y demostró a 650 millones de telespectadores del mundo entero que el futuro es blanco. El Pajarito Valverde lanzó unos tiros lejanos que merecieron mejor premio y, por si fuera poco con el infortunio, Bale metió un gol que fue invalidado por un fuera de juego milimétrico de Mendy. "Por el pelo de una gamba", que hubiese dicho el difunto Luis Aragonés. En condiciones normales, este Clásico hubiese acabado 0-1 o 0-2 a favor del Rey de Europa (13 títulos) y Rey de la Liga (33 títulos). La hegemonía no se negocia.

Optimista. Hay razones sobradas para confiar en un futuro blanco. De momento y en plena fase de avance impetuoso y firme, con la única rémora de la falta de gol, el Madrid está en lo alto de la tabla a la altura de ese Barça que vive colgado de Messi. De hecho, el único punto de luz de toda la velada lo encontró con un pase del argentino a Jordi Alba que se marchó fuera. Los argumentos los tiene ahora Zidane, reforzado ante su vestuario por sus últimas decisiones y reforzado ante la afición del Bernabéu, que vuelve a ver en él al hombre que supo dirigir la nave hacia las tres Champions consecutivas. No se consiguió el éxito total ("el Madrid no celebra empates"), pero nos vamos con el gustazo de saber que el Camp Nou festejó el puntito tras salir vivos de un tsunami llamado Real Madrid.