El jugador que ha hecho su propia sombra

En el campo es un jugador reflexivo, como si estuviera en otro mundo, quizá de visita a su abuela, allá donde ella recibe el murmullo que causan los goles del nieto al que ella llevaba al campito a cumplir el sueño de ser futbolista. Pero cuando le asalta la lujuria del gol, ese misterio que requiere concentración y puntería, Messi se activa. Su "bendito pie izquierdo", como dice don Luis Suárez, está dotado de un compás preciso y mortal que lleva años aupándolo a lo más alto de la lista de los goleadores. Era un muchacho aún cuando iba a ver a Ronaldinho entrenar sus parábolas. Messi ha aprobado con nota muy superior la asignatura que le explicó el ilustre malabarista brasileño. Este discípulo ha dotado aquellas lecciones de un insólito sentido práctico, y ahora el maestro es Messi, el futbolista al que ya ampara su propia sombra. Al contrario que otros más sobrados que él, el gol se impone como un trabajo que culmina su fe en el juego de equipo.

La energía de sus invenciones tiene como meta el resultado, la eficacia, la necesidad de que los demás compañeros celebren los goles del capitán, no sólo los que él le dedica a su abuela. El argentino pone la lujuria del pase, del autopase, al servicio de la causa de ganar. Y esa es una novedad de los goleadores que en el Real Madrid había enseñado Di Stéfano y en el Barça cultivó Kubala. Messi es de esa estirpe.