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Lloro por ti, Argentina

Ayer, tras la justa expulsión del argentino Lavanini frente a Inglaterra en el Mundial de rugby, volvió a dolerme nuestro país hermano. Pensé en la cantidad de excelentes deportistas que ven la derrota en partidos clave. Sin ir más lejos, Scola, Nalbandian o Messi. ¿Por qué Argentina pierde tantas finales si produce una cantidad extraordinaria de deportistas ultracompetitivos? La primera razón es porque llegan a ellas. Incluso con equipos no del todo excelsos, llevan un gen ganador que les hace sobrepasar todo tipo de obstáculos y alcanzar fases finales con mucha frecuencia. Sin embargo, la presión que soportan cuando juegan con su selección es sobrehumana. Argentina se desangra en una crisis eterna y pone un peso tan grande sobre las espaldas de los deportistas que es literalmente imposible que hagan su trabajo con serenidad.

La hecatombe política, económica y moral ha convertido a la república en un país que vive al borde de la esquizofrenia. Creen que pueden curar simbólicamente la hemorragia política a base de éxitos colectivos, pero el colosal ego argentino se enfrenta con una autoestima cien mil veces golpeada. La estabilidad emocional de un país no puede basarse en una jugada genial del Mundial 86.

El delirio llega a tal nivel que Higuaín o Messi, por momentos, parecen más culpables de la situación del país que Macri o Menem. Recuerdo cuando se celebró la final de Copa Davis del 2008, Argentina-España, en Mar de Plata. Yo estaba en Buenos Aires esos días y percibí en primera persona la verdadera angustia con la que se vivió. Además de las luchas internas del combinado argentino -que recordaban al cainita Boca Juniors de los halcones y palomas-, el público les apoyó tanto que se volvió en su contra; era una losa demasiado grande para vencer. Por momentos, uno casi deseaba que ganara Argentina por la angustia que producía imaginarse lo que supondría una derrota para ellos en su propio país. Argentina es un gigante obligado a vivir con los zapatos pequeños.