La estabilidad de River
Esta vez no en una final, pero River y Boca se han vuelto a encontrar en una ronda muy avanzada de la Copa Libertadores y el partido ha alcanzado una repercusión mediática muy inferior. Lo que no ha cambiado es la preponderancia de River, que se llevó el título el año pasado y que, tras el 2-0 de la ida en el Monumental, parece ya muy bien encarado hacia su segunda final consecutiva.
Y no es casual que así sea. Ocurre en River algo muy raro en el fútbol sudamericano actual: es un proyecto que se encuentra en una fase avanzada, que ha dado continuidad a los cimientos con los que se fundó hace más de un lustro. Marcelo Gallardo se sienta en el banquillo millonario desde junio de 2014. Ahí sigue, fundamentalmente porque gana –no nos engañemos-, pero no menospreciemos el valor que tiene que la entidad lo haya logrado convencer para que no se embarque en una aventura europea que, por currículum, le podría salir muy fácilmente y sería atractiva.
El telespectador español que se sentara a ver el Superclásico y no hubiera tenido noticias del fútbol argentino desde la final del Bernabéu habrá reconocido a casi todo el equipo titular de River. Faltaba Quintero y se le marchó el Pity Martínez, pero diez de los once ya estaban en la plantilla que se coronó en Madrid. Solo Matías Suárez era nuevo. En Boca, en cambio, la mitad de la alineación e incluso el propio técnico llegaron a la plantilla en los últimos meses.
Para dar continuidad a una estructura es necesario tener músculo económico, pero también presentarse como un proyecto atractivo. Nos preocupamos mucho por las cada vez más preocupantes diferencias que existen entre grandes y pequeños en Europa, pero toda Sudamérica corre el riesgo de ser excluida por el fútbol moderno que nos preparan los súper-clubes. A la FIFA le corresponde, ahora que además está revisando el formato del Mundial de Clubes, crear las condiciones adecuadas para que un continente que ha sido tan esencial en el desarrollo del juego no se quede en la estacada.