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La Vuelta es un trampolín

Una de las pocas veces que el gélido Primoz Roglic rompió el hielo para expresar sus ambiciones, le reveló a su director del Jumbo la siguiente hoja de ruta: “Quiero ganar el Giro en 2019 y el Tour en 2020”. En el presente año no remató en Italia, donde acabó tercero, pero se ha alzado en la Vuelta, que tiene tanto o más mérito que la maglia rosa, y que en los últimos cursos ha lanzado a campeones que luego se coronaron en París. No es necesario irse a los tiempos primaverales, cuando Hinault ganó la Vuelta antes que el Tour, o cuando Fignon deslumbró con su trabajo para el Tejón antes de dominar en Francia, o cuando Indurain quedó segundo en España antes de encadenar sus cinco Tours, o cuando Armstrong rozó el podio en su primera grande después del cáncer antes de enlazar su gran farsa en la Grande Boucle.

Hay ejemplos más recientes, ya en septiembre. Sobre todo el de Chris Froome, que se descubrió como corredor de grandes rondas en la Vuelta 2011, y desde entonces ha sumado cuatro Tours, un Giro y dos Vueltas. Pero también el de Vincenzo Nibali, que comenzó la conquista de la Triple Corona con su triunfo en Madrid, con un maillot rojo que acaba de cumplir diez ediciones. Luego hubo otros campeones que proyectaban alto y no se han confirmado, como Fabio Aru, que tanto se parecía a Alberto Contador, y Simon Yates, unas veces imbatible y otras tan frágil. El último que se ha unido a la lista es Roglic, que exhibe un perfil perfecto para el Tour, donde ya fue cuarto en 2018, como ya ha demostrado en la Vuelta, un gran triunfo en sí mismo, pero también un buen trampolín para un ex saltador de esquí.