La misma ambición que en Japón 2006
Me retiré de la Selección hace ya tres años, en los Juegos de Río, pero desde la distancia he disfrutado, casi tanto como cuando jugaba, viendo el éxito y la continuidad de un equipo que parece eterno. Que pese a que se ha hablado de fin de ciclo varias veces en los últimos años, ha sabido sumar jugadores nuevos con mucho talento y mantener el espíritu del grupo y la competitividad que nos han dado tantos éxitos. He compartido generación con los júniors de oro, aunque nací en 1981, un año después, y si a finales del siglo pasado nos hubieran contado todo lo que nos esperaba me hubiera parecido imposible de creer, inalcanzable.
Antes de la final pensaba en la Generación Dorada argentina y en la nuestra. Ambas crecimos a la vez con ciertos paralelismos, transmitíamos esa misma fortaleza como equipo, la de un grupo cohesionado, ambicioso y con talento, y ahora también se aprecia el legado de todos aquellos jugadores, pero el gran mérito es que, mientras Argentina sufrió un parón de unos años, España no ha dejado de estar siempre arriba. Y eso es dificilísimo. Desde 2006, en los últimos trece grandes campeonatos, hemos sumado once medallas. Y cinco fueron de oro. Es para frotarse los ojos.
La final me recordó a la de Saitama en 2006 por la diferencia en el marcador, aunque esta vez viéndolo por la televisión tuve algún momento de nervios con la reacción de Argentina. En ambos títulos, el duelo agónico lo vivimos en semifinales. Duelos durísimos de los que supimos reponernos y estar preparados para pelear el partido definitivo. Y eso explica muy bien la experiencia acumulada y la enorme ambición que nos ha llevado siempre un pasito más lejos de donde muchos pensaban que podíamos llegar. Quizá en este Mundial la rotación ha sido más corta que entonces, pero cada campeonato es diferente, como seguramente lo serán los Juegos de Tokio donde volveremos a soñar con algo grande. La clave del éxito es que todos aceptan su rol. Y eso no ha cambiado en dos décadas. Estoy muy feliz.