España ganó porque quería morir con las botas puestas

En plena riada australiana, con 11 abajo (39-50) y ya mediado el tercer cuarto, la Selección mantuvo la calma pese a que había mucho perdido y era incapaz de ver aro. Sufría pero a la vez transmitía que si iba a morir, lo haría con las botas puestas. Y ese saber perder a lo grande es siempre la antesala de la victoria. Un triunfo que entra ya de lleno en la antología de los grandes partidos de nuestro baloncesto.

La derrota momentánea, aunque superara la barrera de los 10 puntos, aparecía en la hoja de ruta de la semifinal, la que había preparado con precisión Sergio Scariolo, otra de las piezas fundamentales del éxito. Porque con una rotación de ocho jugadores, como mucho nueve, el desgaste de los principales pintaba como un factor decisivo. “Hay que aguantar si vienen mal dadas”, había venido a decir en la previa. Y su equipó aguantó en ese tramo de zozobra con Ricky Rubio, el timonel de todo, dándose un respiro en el banquillo. Sus compañeros sobre la pista eran pura resiliencia mientras Mills, Ingles y Dellavedova apilaban minutos uno detrás de otro. Esa fatiga les pasó factura, España lanzó el gancho y no se despegó mientras surgía imperial Marc Gasol (29 puntos después del descanso).

Las variantes defensivas, incluyan ahí las zonas, claro, y la vigilancia asfixiante sobre Mills, con un segundo jugador siempre pendiente de la ayuda a costa incluso de ceder 20 rebotes defensivos, dio grandes frutos aunque no fueran de forma rápida. Había que madurar al enemigo. El líder aussie fue bajando sus porcentajes y pasó de ciclón desatado en ataque a mera tormenta que se podía capear. Gran papel de Llull y de Ribas, también de Rudy con Ingles, al que  neutralizó en la anotación con Claver por ahí.

Y en los instantes críticos, Scariolo volvió a recurrir a su quinteto de seguridad: Ricky, Llull, Rudy, Claver y Marc. Antes del desenlace favorable de la segunda prórroga, hubo dos finales agónicos en los que la derrota asomó en la esquina, pero la Selección ni tuvo miedo ni miró atrás. Mostró temple (Marc acertó con cuatro tiros libres vitales y luego Llull con dos triples rompedores) y gran ambición, solo quería ganar, demostrar lo bien que se mueve en el alambre. Se ha visto tantas veces en situaciones extremas que la reiteración marca la diferencia. Australia no tanto y se acongojó algo, se notó. Perdió una carrera de fondo de 50 minutos que dominaba con amplitud más allá de la mitad de la prueba. Se impuso el plan de España, venció el que más había ganado antes, el que fue más equipo. La rutina del triunfador: octava final desde 2006, en los últimos trece grandes campeonatos.