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La reivindicación del modesto

Hubo un tiempo en el que hasta una decena de equipos españoles disputaba la Vuelta. La elevada cantidad acogía una calidad diversa. Había potencias del pelotón mundial, una clase media con posibilidades de luchar con la alta y un puñado de modestos aguerridos. El número de escuadras fue disminuyendo por diferentes motivos: los escándalos de dopaje, la crisis económica, la falta de credibilidad de sus dirigentes, las nuevas políticas de patrocinio, la competencia de otros deportes… Así se alcanzó un momento con sólo dos formaciones nacionales: una en la élite, el poderoso Movistar, y otra en el segundo escalón, el Caja Rural. En los últimos años se han unido otros dos continentales: el Euskadi-Murias y el Burgos-BH. Los cuatro coinciden en la Vuelta por segunda edición consecutiva. Y la carrera lo agradece.

La implicación del Movistar se da por supuesta, porque el gran patrocinador se encuentra en la carrera de casa, hay que ir a por todas. Detrás siempre queda la incógnita de cómo lo harán los otros tres, de cómo se fajarán en la primera línea del ciclismo. Su mejor forma de agradecer las invitaciones es animar el cotarro en sus fases más tediosas, participar en las escapadas imposibles y exhibir la publicidad de sus marcas durante muchos minutos de televisión. Su persistencia recoge a veces frutos inesperados, como sucedió el miércoles con Ángel Madrazo (Burgos) en Javalambre o el año pasado con Óscar Rodríguez (Euskadi) en La Camperona. Su existencia es necesaria, porque ofrece sillines a veteranos aún competitivos, como es el primer caso, y a prometedores ciclistas, como es el segundo. Se abren huecos para todos.