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El valor de 20 Prosineckis

Jorge Valdano lo explica: "El fútbol es la recuperación semanal de la infancia". Si la liga nos traslada al patio del colegio, la pretemporada son 60 noches de reyes magos. Creo que el fútbol de agosto me gusta tanto porque los partidos no valen nada. El fútbol sin el sufrimiento de ganar o perder es un placer. Hasta que tu rival te mete 7 en una hora de madrugada y te hace adulto de repente. Pero hablemos de la ilusión, ese motor inigualable que se renueva cada verano. La camiseta, los nuevos dorsales, los canteranos, hasta las copas ganadas en los torneos.

De niño disfrutaba viendo a Chendo con la inmensa torre de Hércules del Teresa Herrera y el otro día contra la Roma me decepcionó que no ganaran el bonsai que se llevó el ganador de la tanda de penaltis. Y por supuesto, los nuevos fichajes, el mayor invento para sobrevivir en agosto sin competición. Con nueve años tuve un flechazo de tal calibre que todavía sueño que Robert Prosinecki se recupera de la lesión y nos hace imbatibles. Era 1991 y la melena rubia con el 10 a la espalda llegaba de lo desconocido. No existía YouTube, por supuesto no le había visto jugar pero la prensa me había enganchado con un titular tan simple como efectivo: el jugador más caro de la historia del club. Como aquel anuncio incomprensible del turrón más caro del mundo, ese gancho capitalista tuvo en mí un efecto inmediato. Si un jugador cuesta esa inmensidad de dinero (ojo: 450 millones de pesetas; 2,7 millones de euros) es que gana solo.

Y ahora, a mis 37 temporadas, entiendo lo del retorno a la infancia. Hay que ser muy inocente para caer en la trampa estival en la que nos meten nuestros clubes convenciéndonos de que vale tanto un título como una buena venta. Como si vender al sobrino nieto de Paco Gento al Atleti por 20 Prosineckis fuera una noticia que los madridistas tengamos que celebrar. Desconozco si los niños de nueve años de hoy vuelven al cole y sueltan: "Mucho João Felix pero ya verás cómo os crujen con el fair play financiero".