Infierno y gloria del fútbol en agosto
José Ortega Spottorno, fundador de 'El País' e hijo del más famoso de los filósofos españoles del siglo XX, decía que el fin del mundo, es decir, el infierno, se produciría el día en que comunicaran todos los teléfonos a la vez.
Eso ya sucede. Una red impresionante está abierta día y noche para que la conversación mundial, de cualquier clase, esté activa permanentemente. Y en el fútbol pasa lo mismo. No hay tregua.
En agosto se reactiva de manera diabólica el nerviosismo y ya empieza la histeria del más famoso diálogo sobre lo que pasa (¿quién gana, quién pierde?), aunque no se esté jugando nada en los campos, donde se desarrolla en realidad la trama.
Nada es real todavía, pues los partidos son amistosos, no hay en juego otra cosa que eso difuso que se llama honor, pero las aficiones se irritan o son felices si sus equipos pierden o ganan como si ya estuviera activo el infierno de las competiciones.
En el caso del Real Madrid, batido en algunos encuentros en los que lo más que se disputaba era si la presencia de Bale tenía que ser real o virtual, parecían encenderse las luces rojas por una derrota histórica con su eterno rival. Y a su eterno rival, el Atlético, se le adjudicó la preeminencia en el futuro en virtud de esos siete goles y los deslumbramientos sucesivos de sus adquisiciones más rutilantes.
Pero si no ha empezado nada aún… En el caso del Barça, el otro grande de gira, han mirado con lupa a su héroe más reciente, bajo los focos del escrutinio como si ya estuviera hecho el equipo. Calmado el placebo Neymar, el rendimiento de Griezmann parece ocupar las obsesiones histéricas de los que contemplan desde la apacible pretemporada la próxima temporada en el infierno. El fútbol es un juego maravilloso, que no tiene fin pero tiene un principio: es también una diversión a la que los millones en juego le ha limitado la grandeza. Los deportistas que lo protagonizan en el terreno de juego tienen el corazón prestado (o partío, que diría el impar Alejandro Sanz), como ha dicho el gran Forlán, superlativo jugador uruguayo que sabe que ganar o perder es el único debate de esta trama.
Que no hay que ponerse histéricos, que hay que tomarse con energía sentimental adecuada, es decir, la mínima, la obsesión por lo que supone la disputa por los lideratos. El único liderato que hay que ganar, para que agosto no sea un infierno, es tomarse el fútbol como si fuera una excursión por la alegría de ver jugar hasta que empiece LaLiga y entonces esto sea un infierno distinto, el que ya está en el horizonte: la disputa entre Javier Tebas y Luis Rubiales. Pero esto último no es fútbol, es una serie.