El ganador invisible de la F1
La Fórmula 1 vuelve a rodar en estas fechas, es el turno de Alemania y Hockenheim, la casa de Sebastian Vettel, que nació a veinte minutos de allí. Han pasado dos semanas desde el Gran Premio de Gran Bretaña, cuyas emociones todavía permanecen latentes en los aficionados al motor. Hay consenso en que fue un carrerón, con duelos sublimes entre Leclerc y Verstappen, con el polémico topetazo de Vettel al holandés, con la defensa de Carlos Sainz ante Ricciardo y su sexto puesto. Me viene al recuerdo la imagen de la redacción de AS, con los compañeros vibrando ante el televisor con el espectáculo. Y eso que la carrera coincidía con el Tour de Francia, que ese domingo aportó poca cosa, y con Wimbledon, que nos brindó una final memorable entre Djokovic y Federer.
Los análisis señalan a Silverstone como un factor decisivo. El propio Sainz incidía este jueves en ello: “Los circuitos de la vieja escuela, como Canadá, Austria o Gran Bretaña, suelen traer mejores carreras” que los nuevos escenarios. La F1 tendría que sacar conclusiones de ese apunte, aunque la reflexión es más profunda. Como habrán observado, en la columna no he citado aún a los dos primeros, Hamilton y Bottas, porque hasta la realización televisiva se fue olvidando progresivamente de los Mercedes para centrarse donde estaba el atractivo, en los adelantamientos de atrás, en las plazas del tercero al sexto. Si la embestida de Vettel hubiera decidido el triunfo o el Mundial, aún andaríamos a vueltas con ella. La igualdad y la alternancia crean espectáculo. Los paseos son soporíferos.