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Banderas colombianas en el Galibier

Julio, mes del Tour. Cada verano, esta carrera ya largamente centenaria nos compensa del parón del fútbol, hoy sustituido por este sucedáneo llamado International Champions Cup, un decorado que el gran público empieza a rechazar como una falsificación. Ayer Forjanes nos contaba en AS cómo se han ido derrumbando las asistencias en EE UU en cuanto el público de allá, poco versado en fútbol pero no por ello imbécil, ha detectado la superchería. Frente a eso se alza estos días la descarnada verdad del Tour de Francia, una competición de leyenda disputada sobre el más bello de los escenarios, la coqueta Francia, con sus pueblos, sus castillos, sus ríos y sus valles.

Ayer tocó el Galibier. A un kilómetro de la cima se alza el monumento a Henri Desgrange, periodista que tuvo la luminosa idea de crear esta carrera. En 1933 le añadió un atractivo, el Gran Premio de la Montaña, algo que le inspiró el desempeño de Vicente Trueba en los puertos el año anterior. Le pareció apropiado premiar de forma singular al mejor escalador de cada año, y el primer premiado, claro, fue Trueba, ‘La Pulga de Torrelavega’, que barrió de nuevo en la especialidad. Eso nos abrió los ojos al ciclismo y definió para siempre nuestra predilección por los ciclistas que reinan en las montañas de las grandes vueltas.

Ayer gozamos con Quintana, ese singular corredor que llegó como líder del Movistar, o líder compartido con Landa, y se ha convertido en un verso suelto. Corre como un ‘isolé’, aquellos ciclistas de los remotos tiempos que se apuntaban por su cuenta, sin equipo. Ayer le esperaban banderas colombianas en el Galibier y él las honró y entusiasmó a su país con una cabalgada gloriosa, de las que sólo pueden ofrecer los muy grandes. En este Tour le estaba faltando algo. El colombiano estaba en deuda consigo mismo, con su equipo y con su país. Ya la ha saldado. Bernal completó la fiesta colombiana: ya es segundo, para alegría de un país de escaladores.