El Niño Torres tiene la cabeza en su sitio
He disfrutado la entrevista de Matallanas con el Niño Torres, que se retira y hace en ella balance y planes. No diré que me ha sorprendido, porque hace como un año pasó por AS, comió con nosotros y ya dejó un sello de tipo sensato que demostró haber atravesado sin averiar su sentido común ese periplo de gloria y fortuna que es una gran carrera de futbolista profesional. A muchos les confunde, y lo disculpo. Habría que vernos a muchos de nosotros sometidos a tan mala lidia, cargados de dinero y fama antes de los veinticinco, con todos los caprichos colmados. Lo más fácil es infatuarse. Al Niño Torres no le ha ocurrido.
Me llama particularmente la atención su firme sencillez al explicar que no iría al Atlético a pintar la mona, a hacer de enlace con la plantilla o de portavoz: “Para lo que yo quiero hacer, necesito formarme”. Aspira a volver al Atleti, del que mentalmente nunca salió aunque haya jugado en otras partes, pero para una tarea constructiva que contribuya a fortalecer el club. Porque se siente capaz de ello, sin duda, y porque se respeta a sí mismo y respeta al fútbol y al Atlético lo bastante para no colarse ahí de cualquier cosa. Podría rentabilizar su condición de símbolo, pero no se sentiría cómodo con ser sólo eso. Quiere ofrecer más.
Su despedida definitiva se producirá en breve, en un partido que le enfrentará a Villa e Iniesta. La generación de Viena cumple años, como todo el mundo, y ya, con Casillas entre el sí y el no y estos peleando en Japón en un fútbol más arduo que el de Qatar y que les cuesta, dentro de nada y menos sólo nos quedará Sergio Ramos. Pero todos ellos son inmortales. Vivirán en nuestro recuerdo, y de una forma destacada el gol de Torres a Alemania, que forma con el de Zarra a Inglaterra, el de Marcelino a la URSS y el de Iniesta a Holanda una tetralogía de momentos cumbre de nuestro fútbol, al que uniría la parada de Casillas a Robben. Buenos viejos tiempos.